Y no, compañeras, las mujeres no adoramos a los fascistas, sino que el sistema nos sugestiona de tal manera que llegamos incluso a besarles los pies.,Agobiada por la depresión, el frío, la soledad, la pobreza, la poeta norteamericana Sylvia Plath se suicidó en Londres en 1963. Antes de abrir la llave de la cocina de gas y poner su cabeza en el horno, clausuró las hendijas de las puertas con papel y trapos empapados, de tal modo que el gas no pudo pasar al cuarto de sus hijos de cuatro y dos años. Antes de llegar a la situación límite había sido la presa de un “depredador infrahumano” —Claudia Cisneros dixit— y de una sucesión de actos que produjeron una explosión, un trauma-shock, que la convirtió en víctima. Una víctima que no pudo convertirse en sobreviviente. Una víctima que lanzaba cartas al mar como su extraordinario poema “Papi” cuyos versos más conocidos podrían traducirse como: “Toda mujer adora un fascista/ la bota negra en la cara/ el bruto corazón bruto de un bruto como tú”. El depredador fue Ted Hughes, su esposo, un poeta igual de genial que Plath, un hombre que durante su larga vida recibió una serie de homenajes y honores, incluso fue considerado como poeta laureado de Gran Bretaña. La relación entre ellos siempre fue explosiva y apasionada pero la soberbia de Hughes llevaba la batuta. Hughes escribió durante toda su vida un poema el día del cumpleaños de Plath y solo en vísperas de su muerte publicó las Birthday Letters: una colección que narra la historia desde su perspectiva. Cartas de alegría o desgarradas anonadado ante la inexplicable situación del suicidio de su esposa. Y sin embargo la segunda esposa de Hughes, Assia Wewill —el motivo del dolor de Plath— también se suicidó, pero esta vez llevándose a la hija de ambos, de apenas cuatro años, a la muerte. Assia también era poeta. Hughes podría ser calificado como el título de ese poema de Rimbaud: el Esposo Infernal. ¿Era Hughes un monstruo?, ¿eran Sylvia y Assia unas sibilinas víctimas histéricas? Todo es mucho más complicado y esta historia es de la vida real y no la trama de una película, con su plot point en el minuto 17. Personalmente no creo que los depredadores quieran serlo. No podría sostener en ningún momento el argumento de que los hombres, solo por serlo, son odiadores de las mujeres porque creo que esta idea es una falacia. Pero los depredadores existen e incluso yo misma me he topado con más de uno. Ted Hughes fue un hijo natural del patriarcado británico de postguerra. En general los depredadores son hombres que han aprendido una masculinidad que debe demostrarse en todo momento a través de actos hostiles. Por eso cuando las feministas decimos “Perú país de violadores” no señalamos que todos los peruanos lo sean, sino que hay un sustrato en el discurso masculino peruano del Perú —perdonen la tristeza— que justifica los feminicidios, la violencia sexual y, con mayor énfasis, la violencia psicológica. Y no, compañeras, las mujeres no adoramos a los fascistas, sino que el sistema nos sugestiona de tal manera que llegamos incluso a besarles los pies. Abramos los ojos y los oídos para romper esos cantos de sirena del patriarcado. Hoy el patriarcado está cayendo, ese es el motivo de esta ola de violencia extrema en América Latina, es la reacción a esa caída, a ese declive, a reconocer que está convirtiéndose en un cadáver.