Sabemos de la corrupción, tal como lo sabíamos durante el régimen de Fujimori y Montesinos. Pero fue con la difusión del histórico vladivideo entre Khouri y Montesinos que la nación entró en shock. Algo análogo, salvando las distancias, está ocurriendo ahora,Incluso para un colectivo habituado a las revelaciones de corrupción en la clase política, como la sociedad peruana, las declaraciones de Barata tienen un efecto traumático. Aunque nada de lo dicho por el funcionario de Odebrecht es sorprendente, puesto que habían numerosos indicios en ese sentido, la contundencia de los detalles genera una sensación que Freud describía como la inquietante extrañeza (Unheimliche). La definición de este particular estado de ánimo, para Freud, es “esta variedad particular de lo aterrador que se remonta a lo que se conoce desde hace largo tiempo, que resulta familiar desde hace largo tiempo.” La paradoja a la que alude está relacionada con el vínculo entre lo familiar y lo extraño. Sabemos de la corrupción, tal como lo sabíamos durante el régimen de Fujimori y Montesinos. Pero fue con la difusión del histórico vladivideo entre Khouri y Montesinos que la nación entró en shock. Algo análogo, salvando las distancias, está ocurriendo ahora. A nadie le resulta extraño saber que la corporación brasileña sobornó a los principales políticos peruanos, pero la corroboración traumática de esta sospecha nos indigna y, al mismo tiempo, angustia. Se produce una inquietante extrañeza asociada a una no menos inquietante familiaridad. Esto explica, en parte, la pasividad que se observa en las reacciones de la opinión pública. Como en el síndrome del estrés postraumático, hay una calma tensa y nadie puede predecir lo que sucederá después. ¿Vendrá una respuesta airada de las calles? Esta tensión y la incertidumbre concomitante están asociadas con lo que suceda con la eventual vacancia del Presidente. De tener lugar, esto significaría una catarsis que podría dejar en suspenso la revuelta que no se produce… aún. La sociedad peruana suele actuar de esta manera cauta, desconfiada y observadora. La sensación de que estamos mal pero podría ser peor es parte de esta actitud expectante. El problema es que los políticos afectados de lleno por esta situación, mueven sus fichas con premura, intentando blindarse ante cualquier réplica sísmica. A más poder, además, más posibilidades de salir bien librados. Para muestra, la prisión de Ollanta Humala y Nadine Heredia. Sin proponérselo, y pese a que se les vincula con delitos graves, como Ollanta y el caso Madre Mía, han terminado representando a los peruanos de a pie. En el Perú, se piensa, solo van a la cárcel los desprotegidos. No obstante, somos un país complicado: José Graña, uno de los empresarios más poderosos del país, también está encarcelado. Todos ellos injustamente, al no haber sido siquiera juzgados, en mi modesta opinión ciudadana. Falta saber si esta constatación fehaciente de la podredumbre de nuestros principales políticos derivará en un hartazgo deprimente, como parece ser el ánimo prevaleciente estos días, o se producirá una reacción vigorosa como la que tuvimos contra Alberto Fujimori. Tiempos difíciles de pronóstico reservado.