El Poder Judicial dictó ayer impedimento de salida del país para la ex alcaldesa de Lima Susana Villarán por un plazo de ocho meses. La medida aplica también para el gerente municipal, José Miguel Castro. Ambos son investigados por haber recibido tres millones de dólares de las empresas brasileñas Odebrecht y OAS para financiar la campaña por el NO. La situación de Villarán es delicada. No solo por lo que dijo Barata o Garreta, cada uno en su momento. Sino por la pobre defensa que la “tía chévere” ha hecho de ella misma. Ha escrito “soy inocente” en sus redes sociales. Como si la frase que hiciera célebre Alberto Fujimori bastara. Ha optado por el silencio, mientras sus antiguos colaboradores y los rostros protagonistas de la campaña se muestran sorprendidos y decepcionados en los medios. ¿Ni siquiera ellos se merecen una explicación? ¿Cómo se financió la campaña del NO y se le pagó a Valdemir Garreta? ¿Por qué este publicista que cobraba millones le cobraría solo 150 mil dólares como le dijo al Congreso? Susana Villarán siempre fue blanco fácil de sus detractores por la pobreza de su gestión. Y Odebrecht no la necesitaba porque no hubiese tenido problema alguno en sobornar a cualquiera que la hubiese reemplazado. Nadie, que sepamos, le dijo no a la constructora brasileña. Atrás quedó la imagen de señora poco habilidosa para la gestión pública, pero honesta. Una mujer que decía estar más preocupada por la cultura y la calidad de vida de los limeños, antes que por las obras monumentales que habían caracterizado la gestión de su predecesor, Luis Castañeda Lossio. Para el sector de la población que la llevó al sillón municipal (políticos de izquierda, artistas y muchísimos estudiantes universitarios hartos de la corrupción) ella era una cara limpia. Hoy nada de aquello queda. Se fue como la arena que le donó Odebrecht para recuperar la playa La Herradura… Bastó la fuerza de una ola corrupta.❧