¿Y para qué sirvió la marcha? —grita el taxista indignado ante las noticias de la situación de Milagros Rumichi, pasados dos días del 13 de agosto del 2016 en que más de medio millón de personas salimos a las calles para protestar contra la violencia de género. El vendaval anti-machismo nació de la indignación por la impunidad del victimario de Arlette Contreras, pero la ola de indignación creció como la espuma mientras, mujeres tras mujeres, daban sus sinceros testimonios en la página de Facebook, historias que nos enfrentaron a las propias: esas que minimizamos o que pretendíamos olvidar. ¿Y para qué sirvió la marcha? —me replica la frutera de la esquina de mi casa, al enterarse de que, en su natal Ayacucho, unos jovencitos de 15 a 18 años violaron tantas veces y de tantas maneras a Lucy Diana, que la mataron. ¡¿Para qué sirvió la marcha?! La marcha no ha servido para frenar la violencia, pero sí para visibilizarla. Sirvió para que los medios de comunicación, ahora con muchas más periodistas mujeres, se compraran el pleito. Sirvió para que algunos varones asumieran desde su racionalidad una crítica potente a la forma cómo se ha construido su masculinidad. Sirvió para que Ana María Romero nos informe que se han aprobado 56 normas nacionales y regionales contra la violencia; se implementaron 25 Centros Mujer en comisarías; se crearan once instancias de concertación para implementar la Ley 30363 que, a pesar de no ser perfecta, nos ha dado un marco para actuar. Y he ahí el problema: la actuación de fiscales y jueces, así como de las instancias que reciben las denuncias, son insuficientes, sino deficientes. ¿Se han cometido menos feminicidios en el 2017? No. ¿Hemos dejado de ser el país con más violencia sexual en Sudamérica? Sí, ahora Bolivia encabeza la lista. A pesar de esas cifras inexactas que están divulgando sobre encontrarnos “solo debajo de Bangladesh”: esa información no se ajusta a la verdad. ¿Eso debe hacernos felices? No: porque estas cifras son de vergüenza. Solo que el resto está mucho peor, y hay que ser muy tonto para pensar que este mal de todos, nos consuela.