
Este 23 de diciembre, 24 horas antes de Nochebuena, se cierran definitivamente las listas partidarias para las elecciones generales 2026. Algunos cambios hemos visto esta semana en las planchas presidenciales. Por ejemplo, en Avanza País, salió Karol Paredes e ingresó Adriana Tudela, pero en ese caso estamos hablando de militantes. Las sorpresas que se conocerán en unos días son las incorporaciones, hasta en un 20% de la lista, de candidatos directamente designados o, como se les conoce popularmente, “invitados”.
En una tradición que no hace sino confirmar la debilidad institucional de los partidos, los invitados llegan a las listas para reforzar con sus méritos, trayectoria o credibilidad al partido que los acoge. No pueden ser militantes de otro partido (salvo que este no participe y sean autorizados con una licencia expresa, predicamento en que está Acción Popular), pero, salvo esa condición, no hay ninguna otra. En teoría, si un partido tuviera una intensa vida partidaria y una buena formación de cuadros, no permitiría los invitados. No se cedería espacio a ajenos cuando hay militancia que ha hecho mérito o cree tenerlo.
Pero se presentan dos razones para abrirle las puertas a los extraños. La primera, vienen con su pan bajo el brazo. Puede ser desde el cupo (argumento contundente para el partido con dueño que quiere recuperar su inversión) hasta recursos logísticos para la campaña inmediata. La segunda, tienen votación propia. Es decir, representan, o creen representar, a un nicho del electorado que los sigue o creen que puede seguirlos.
Sin embargo, es en este segundo argumento para llevar invitados donde se dan las luchas internas más amargas. Primero, lo siempre subjetivo, ¿para qué vas a invitar a alguien que no aporta ni recursos ni votos? Y luego, lo más urticante, ¿qué pasa cuando ajenos, más populares que la militancia, ocupan todas las curules desplazando a los que por meses y años apostaron por el partido? He escuchado, en las muchas campañas que he cubierto, debates internos en los que se decide no llevar a personajes “demasiado populares” porque al final el partido trabaja para ellos a cambio de muy poco.
¿Es poco en esta elección? Con el voto tan fragmentado y, a esta altura, con medio país sin tener idea de por quién votar, la lucha de los 38 partidos es una sola: pasar la valla de 5% y obtener 7 diputados y 3 senadores. Si no lo logran (o no participan), pierden la inscripción, lo cual tiene consecuencias graves.
Las “nuevas” reglas para inscribir un partido nos regresan al pasado. Ya no se requiere tener militancia real (o algo que la simule); hay que salir a buscar millones de firmas de “adherentes”, lo que no significa nada. Firmas que se compran en un proceso caro y tedioso donde prima la falsificación. Es decir, una pesadilla.
En este contexto, no hay duda de que los invitados que te jalan votación para tan puntual objetivo son necesarios para apuntalar la sobrevivencia. El problema es que, aun después del triunfo, los problemas no terminan. O, mejor dicho, recién empiezan, porque suele suceder que los invitados no son, ni remotamente, leales al vehículo que los llevó al poder.
Basta revisar el Congreso elegido el 2021. Es cierto que militantes también han renunciado a sus bancadas y se han ido a formar tienda aparte, a veces renunciando al partido y a veces no. Pero son los invitados los más rápidos en irse, muchas veces de facto. Es decir, ni se hablan con los compañeros de bancada. Tienen proyecto político propio o enormes expectativas sobre las posiciones de poder que les toca dentro del Congreso. Ayudaron en su momento, pero luego son una pesadilla para la dirigencia del partido.
No preocupa, sin embargo, como dueños de partido tienen que lidiar con los divos y divas que escogen a dedo (“directamente designado” es exactamente eso), porque finalmente es su responsabilidad. Lo que preocupa es cómo estos invitados defraudan el voto popular. Tal vez el caso más dramático sea el del Partido Morado. De dos invitados y una militante, todos renunciaron. O el partido más votado, Perú Libre, que de 37 escaños terminó en 11.
¿Qué se le responde al votante defraudado? ¿Que esas son las reglas y así se juega este partido? No parece honesto. Siempre, por supuesto, se alegarán problemas de conciencia. En algunos casos serán ciertos, sobre todo en los primeros años. Pero lo que todo congresista reeleccionista quiere es volver y “por mejoría, mi casa dejaría”. Rara vez la regla tiene excepción. Hemos creado unos monstruos y hay que lidiar con ellos. No los para ni un referéndum donde claramente se les prohibió reelegirse.
¿Cómo votar entonces con coherencia? Primero, educarnos. Es la cédula más retadora de mi vida y yo ya he votado con dos cámaras. Esta vez, hay que marcar o escribir en 12 casilleros. Uno para presidente; para Senado nacional, marcar el símbolo y escribir dos números preferenciales; para Senado regional, marcar el símbolo y escribir un número preferencial; para diputados (todos son por región), el símbolo y escribir dos preferenciales; y, finalmente, para Parlamento Andino, marcar el símbolo y escribir dos números preferenciales. Todos los preferenciales son optativos. Son cinco elecciones autónomas y puede marcarse distintos símbolos en cada una de ellas o dejar en blanco los que desee.
Todo parece hecho para confundir y generar grandes nulidades, privilegiando a quienes hacen las reglas: los que están hoy en el Congreso. Es decir, el clan #PorEstosNo.
Segundo, examine trayectorias. Cuídese de los desleales. Si lo son con otros, lo serán con usted. Con los nuevos, es difícil saberlo. Con los viejos, no hay excusa.
Tercero, no se deslumbre con el prestigio de un invitado. Está muy bien que sea, por ejemplo, un buen deportista o un reconocido científico o un gran emprendedor. Si no sabe hacer leyes, no sirve. La tarea exclusiva y excluyente de un Congreso es legislar y hacerlo bien. Al incompetente en la materia no lo arreglas poniéndole 15 asesores. No hay forma de mejorarlo, ni tiempo para educarlo. Si no tiene respuestas legislativas de reforma, aunque sea para los temas que maneja profesionalmente, descártelo y siga admirándolo en su campo, que lo merece. Pero no sirve para legislador.
Y cuarto, especial cuidado con el Senado. Hoy se necesitan 87 congresistas para vacar a un presidente. El próximo año, serán dos tercios de la Cámara de Diputados, pero el dueño de la llave de la puerta final es el Senado. Con solo 41 voluntades la abres o la cierras. Nunca hemos tenido tamaña precariedad presidencial, menos con una nueva tradición de vicepresidentes dispuestos a todo menos a renunciar. Por ello, mire bien a los invitados. No todo lo que reluce es oro. Baste con mirar este Congreso.

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