
En las elecciones del 2026, los ciudadanos peruanos se enfrentarán a la oferta que presentarán más de treinta partidos y unas pocas alianzas políticas. Esta abundancia de opciones, que en teoría podría reflejar pluralidad, evidencia en la práctica el desorden estructural de nuestra democracia.
Se trata de un sistema político que hasta el momento ha sido incapaz de ofrecer políticas públicas y gestión de lo público eficaces para las demandas priorizadas de la población.
Sin embargo, la crisis de representación no es un fenómeno nuevo. Desde la década de 1990, la combinación de reformas económicas neoliberales incompletas y la debilitación de los canales institucionales originados, ambos potenciados por la dictadura fujimorista, han pervertido la acción política.
Tras la pandemia del covid-19, se ha exacerbado la preocupación por los intereses individuales sobre los colectivos. Y, en esa ola destructiva, se han subido algunos políticos abusando de los vacíos normativos y, sobre todo, de la enorme informalidad institucional del país.
En este contexto, las campañas electorales, saturadas de imágenes y videos generados por IA, eslóganes y publicidad, escapan al debate de los problemas reales del país.
El columnista de La República Mirko Lauer señaló que los candidatos parecen ofrecer a los peruanos “un producto que realmente no existe”. Observa cómo la fragmentación partidaria, lejos de ampliar la participación, genera confusión, apatía y desconfianza.
El dilema de la representación en el Perú es, en consecuencia, de naturaleza estructural, por lo que, en el centro de sus probables soluciones, está la ciudadanía, razón y causa de la configuración de cualquier Estado moderno.
La reciente elección en Nueva York es prueba de que la organización cívica y la claridad programática de la participación ciudadana pueden revertir tendencias autoritarias. En ese sentido, cuando se agregan intereses colectivos que canalizan con claridad las demandas sociales de los ciudadanos, la batalla para la recuperación de lo público es posible de darla.
Por ello, la reconstrucción de la política peruana requiere de un compromiso ciudadano de no perder la esperanza y no ceder al embate autoritario. Solo entonces, será posible mejorar la calidad de participación y, por ende, la representación podrá dejar de ser un dilema para empezar a convertirse en un instrumento efectivo para la consolidación republicana del Perú.

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