
Por Leon Lucar Oba, politólogo y predocente del Dpto. de Teología PUCP
En etapas tan difíciles de nuestra historia republicana como la que vivimos ahora, uno se pregunta si los peruanos no atravesamos peores momentos y asumimos la compleja realidad para avizorar nuevos horizontes desde nuestro compromiso de vida. Ciertamente, los hubo, y la entrega de peruanos ejemplares fue una luz que no apagó la esperanza. Uno de ellos fue Ernesto Alayza Mujica (1942-2024).
Ernesto es un símbolo del profesional y ciudadano comprometido con la defensa de los derechos humanos y la justicia social en el Perú. Dicho compromiso cívico brotaba de una convicción de fe. Hijo de Ernesto Alayza Grundy, uno de los fundadores de la Democracia Cristiana, e influido por el Concilio Vaticano II, la doctrina social de la Iglesia y la teología de la liberación, Ernesto supo palpar la cruda realidad nacional y actuar en favor de la dignidad humana, sobre todo de los más pobres y excluidos.
Ernesto desempeñó un rol de liderazgo clave en el desarrollo de la pastoral social como secretario ejecutivo de la Comisión Episcopal de Acción Social (CEAS) entre 1978 y 1991, un período marcado por la crisis económica, la violencia generalizada y la represión. Desde una clara opción preferencial por los pobres, impulsó un trabajo articulado de formación y capacitación de una red nacional de profesionales y agentes pastorales para acompañar a sindicatos y movimientos populares en sus legítimas demandas y aspiraciones ante una realidad adversa.
En ese contexto, CEAS —bajo la guía de Ernesto— empezó su labor dirigida a la protección y el apoyo legal a adolescentes condenados injustamente por terrorismo. Asimismo, promovió la educación sobre los derechos de los adolescentes en el contexto de la violencia política. Además, se centró en derechos humanos, seguridad infantil y justicia de menores, en particular sobre la situación de jóvenes cooptados por las pandillas.
Su compromiso cívico y cristiano con la dignidad humana lo llevó a ser uno de los promotores del movimiento de derechos humanos en el Perú, participando en la fundación de organizaciones como APEP, CODEPP, CEAPAZ y la CNDDHH en la década de 1980.
Hoy, víspera del primer aniversario de su fallecimiento, el Departamento de Teología PUCP, el IBC y CEAS se unen a la familia Alayza Sueiro para rendirle un homenaje en el Colegio de Jesús a las 7 p. m., con el panel “Ernesto Alayza: compromiso laical y ciudadano para una cultura de paz”. Este evento busca mantener viva la memoria de un peruano que contribuyó a la defensa y promoción de los derechos humanos, la dignidad de los pobres y el cuidado de la Tierra.
Un testimonio creíble en medio de la desolación, una vida al servicio de los demás: eso encarnó Ernesto. Una canción de Fito Páez lo expresa bellamente: “¿Quién dijo que todo está perdido? / Yo vengo a ofrecer mi corazón”. Ernesto lo ofreció. ¿Estamos dispuestos a hacerlo tú y yo?