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Opinión

Nicolás Maduro y el futuro, por Ramiro Escobar

Desde América Latina, convendría buscar una alternativa que no pase por Washington (menos ahora) y que tampoco apunte hacia un ‘Guaidó 2.0’. 

Finalmente, Nicolás Maduro se ha vuelto a atornillar en el sillón presidencial de Venezuela contra viento, marea y tormenta. Finalmente, el régimen se ha salido con la suya electoralmente y ha humillado el voto ciudadano. Finalmente, los anuncios empeñosos de Edmundo González de juramentar como presidente han sido inútiles, como era previsible.

¿Hay manera de que esta tortilla se voltee? A estas alturas del penoso partido, todo indica que no, mientras no se quiebre la estructura de poder por dentro, algo improbable dado que los mandos militares, las milicias chavistas (o maduristas), los ciudadanos ‘enchufados’ (vinculados al gobierno) y los militantes bolivarianos siguen aferrados a sus sillas.

Son pocos, pero son, y tal parece que Maduro siente que son suficientes para pasar este tumbo y tirar para adelante. Contando también con el apoyo de China, Rusia, Turquía, Egipto, Bielorrusia y otros países que no son, digamos, unos entusiastas de la democracia tal como la conocemos. Es asombroso, pero real: hay líderes a los que este escándalo no los conmueve.

Varios de ellos no son precisamente de izquierda y, más bien, podrían mandar a la hoguera los libros de Marx o proscribir la cultura woke. Al autócrata de Caracas, en suma, más que apoyarlo el ‘comunismo’, lo avala el autoritarismo más rampante, de toda estirpe. Requisito para ser pro-madurista: que no te interesen la democracia y los derechos humanos.

Tan cierto es eso que no sería extraño que un Donald Trump redivivo termine entendiéndose con él, como en su tiempo Hugo Chávez se entendió con Alberto Fujimori. Probablemente ese sea uno de los delirios de Maduro: que el Imperio lo valide, porque es “inteligente”, como ya insinuó una vez Diosdado Cabello, el bravucón del régimen.

Desde América Latina, convendría buscar una alternativa que no pase por Washington (menos ahora) y que tampoco apunte hacia un ‘Guaidó 2.0’. Una de las llaves la tiene Lula, el presidente brasileño, que parece hastiado de la situación. Pero que no puede evadir su responsabilidad histórica, salvo que quiera ver a Venezuela ahogándose en el Orinoco.

(*) Profesor PUCP

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