En medicina, los exámenes y pruebas son esenciales para un buen diagnóstico y tratamiento. De igual forma, los malestares económicos y sociales de nuestro país requieren un diagnóstico adecuado para ser tratados.
Así como hacemos chequeos anuales de salud, en economía seguimos indicadores como producción, empleo y precios durante el año. Otros indicadores, como los de pobreza y bienestar, se reciben anualmente. Tratar de ocultar los resultados de la pobreza 2023 es equivalente a ignorar los resultados negativos de un chequeo anual de salud: irresponsable y peligroso.
La pobreza en Perú aumentó por segundo año consecutivo, lo que nos pone en la vía contraria al desarrollo, ¿qué nos pasa?
Entre 2004 y 2019, redujimos la pobreza de casi 60% a 20% en 15 años, mejorando las condiciones de vida de 12 millones de peruanos gracias al crecimiento económico, especialmente hasta 2012. Según el Banco Mundial, hasta el 85% de la reducción de la pobreza se debe al crecimiento económico.
Las explicaciones de los recientes aumentos de la pobreza en la era postpandémica son variadas, el 2022 la pobreza aumentó a 27,5% en gran parte debido a la alta inflación que se vivió ese año, especialmente la alimentaria, lo que empujó a medio millón de personas a la pobreza. El 2023, la inflación siguió afectando la vida de las personas; pero, a medida que esta cedía, la desaceleración de la actividad económica empezó a pesar cada vez más, con lo que la pobreza se incrementó a 29,5%, engrosando sus filas con más de medio millón de peruanos adicionales. A la vez, la pobreza extrema, aquella con la que se identifican a las personas cuyo gasto no alcanza ni para cubrir una canasta de alimentos, ha crecido, con lo que vemos que no solo hay más pobreza, sino que se ha recrudecido.
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La nueva pobreza es más urbana. Según Javier Herrera, del IRD, la pobreza en Lima Metropolitana ha aumentado desde 2016 y ahora afecta al 32,6% de la población. Este deterioro urbano se debe a la falta de oportunidades y empleo de calidad, lo que reduce la capacidad de gasto de los hogares. Además, más de la mitad de los pobres extremos viven en ciudades, con Lima concentrando al 20% de ellos, incapaces de cubrir una canasta básica de alimentos. Vivimos un proceso de pauperización urbana.
El incremento de la pobreza extrema urbana aumenta el hambre. El déficit calórico subió del 29% al 36% entre 2019 y 2023, la desnutrición crónica en niños menores de 5 años aumentó del 7,6% al 8,1%, y la anemia infantil del 36,7% al 40,2%. Todos los indicadores muestran una capacidad de alimentación cada vez menor.
Esto preocupa en especial porque, aunque resolvamos toda la anemia y el hambre hoy mismo, las consecuencias que tiene el haber pasado por estas condiciones son de largo aliento, específicamente para los niños con anemia y desnutrición crónica en la actualidad. Las consecuencias del desarrollo físico y cognitivo perdido los acompañarán para toda su vida, lo que reduce su capacidad de aprender en el colegio y de desarrollarse en el mundo laboral. Así que, hoy por hoy, tenemos casi la mitad de la población con su desarrollo comprometido de por vida. De hecho, conforme a una investigación de Lorena Alcázar, el costo económico de la anemia es de 0,6% del PBI, al 2023 esto equivale a más de S/5.000 millones de soles. Esto es 4 veces lo que le costó al país las intensas lluvias e inundaciones ocasionadas por el ciclón Yaku.
Como se ha mencionado anteriormente, el país ya ha experimentado una rápida reducción de la pobreza en las dos primeras décadas del siglo. Lo hemos hecho antes; sin embargo, la ruta no es sencilla.
Por un lado, los programas sociales deben ser reforzados para atender la pobreza extrema en zonas rurales y para enfrentar la urbana en Perú, es esencial implementar políticas específicas que den un alivio a las familias, en especial en el tema de alimentos.
La agenda para asegurar una reducción sostenible de la pobreza va más allá y pasa por la dura tarea de aumentar la productividad y el PBI potencial del país. Actualmente, el PBI potencial de Perú se ha visto reducido a la mitad, pasando de 6% entre el 2007 y 2013 al 2,6%, según una reciente estimación del Consejo Fiscal. Esto significa que nos costará mucho crecer a tasas que nos permitan volver a la senda de disminución de pobreza, ahora nuestro motor no da.
Para que el motor de nuestra economía se haga más fuerte, se requiere una mayor inversión privada, acompañada de inversión pública habilitadora. En paralelo, es necesario avanzar con medidas que eleven la competitividad y productividad en el mediano y largo plazo, lo que significa una mejor educación y servicios de salud, más y mejor infraestructura pública —especialmente en transporte y logística, adaptada a los riesgos climáticos—, y más inversión privada y formalización empresarial.
Lo más desalentador de los malos resultados obtenidos en este chequeo anual es que ya conocemos más sobre la enfermedad que nos aqueja, pero nuestros médicos están ocupados en otras tareas y no nos dan el tratamiento ni el alivio de los síntomas ni la cura definitiva. Necesitamos que el Estado haga su trabajo y desarrolle propuestas y políticas para atender a los millones de peruanos en pobreza y pobreza extrema. El costo de la inacción es muy alto.