En ocasión de la muerte de mi tan querido y antiguo amigo Gonzalo García Núñez.
Para quienes tenemos por encima de los 75 años, esta es la era de los obituarios. El género nos interesa, no por luctuosos, sino por la posibilidad de encontrarnos con un conocido. Todo obituario además plantea la creciente perspectiva del nuestro. Pero viven mucho más tranquilos quienes se desentienden de todo el tema.
A partir de cierta edad un columnista asiduo ha tenido ocasión de publicar buen número de obituarios. Gente muy querida, gente famosa, gente importante, o fallecidos de ocasión habrán desfilado bajo su pluma, en un diálogo con quienes conocieron a la persona. Aun en los obituarios más secos, hay un homenaje en el fondo del texto.
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No hay en la prensa peruana una tradición de buenos obituarios, como los puntuales, precisos, detallados y eruditos, si cabe, textos de The New York Times. Aludimos a que no hay secciones fijas dedicadas a la evocación de los muertos recientes, en cualquier rama de actividad. Solo hay esfuerzos esporádicos en ese sentido.
En cualquier caso, estamos hablando de un género en el cual el fallecido reciente y los detalles de su vida recién concluida son la noticia. Un género quizás contradictorio: los lectores quieren efectivas novedades, datos nunca antes difundidos, mientras que los deudos y otra gente cercana esperan la respetuosa dignidad de las ceremonias fúnebres.
No hay una forma establecida. Vienen desde una perla como la de Baltasar Gracián, “Vivo amable, muerto memorable”, hasta fárragos que parecen no querer dejar partir al finado. Como en todo periodismo, la forma la dan la calidad de la pluma y la naturaleza de la noticia. Son peores las evocaciones adocenadas, que eluden el sentido del momento.
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Hay obituarios que escapan al periodismo y pasan al género histórico, y por lo general toman la complicada forma del discurso escrito. Otros son tan cercanos al muerto que terminan bordeando la intimidad de la epístola. Por último hay los que transpiran puro cartabón, identificando al fallecido con la gran mayoría de los demás.
Los obituarios que mejor me han salido, creo, no han sido de personas muy queridas o cercanas, sino de figuras con las que mantenía, al momento del deceso, buena relación, pero cierta distancia. Como podría decir el escueto Gracián, obituario meloso es peligroso.