El recién triunfante Javier Milei viene siendo tratado como un símbolo de muchas cosas, en la Argentina y en el mundo. Que se le considere así en su país suena razonable, pues ha recogido el fracaso de los peronistas como economistas. Pero un ganador de extrema derecha pintoresca no es una cosa tan nueva en el mundo.
Álvaro Vargas Llosa opina que un fracaso de Milei sería una tragedia para los liberales. Pero sin votos suficientes en el Congreso Milei tiene pocas posibilidades de salir airoso allí donde realmente importa –la economía–. No sería el primer liberal al que le va mal en Buenos Aires. Raúl Alfonsín adelantó su salida, Fernando de la Rua renunció de plano.
Quien realmente ha tomado a Milei como símbolo es parte de la extrema derecha en el mundo, un sector donde por definición no hay liberales. Pero hay una bolsa de victorias electorales, y esta de Milei ha sido vista por esos extremistas como el freno a un avance de izquierda que parecía imparable en América Latina.
Milei ha subido tantos puntos de vista ideológicos a bordo que se hace muy difícil definirlo más allá de un corazón de derecha antiperonista. Por tanto su fracaso solo puede ser visto como trágico en el mundo de las ideologías políticas puras y duras, pero no en el mundo de las posiciones políticas y de los intereses a secas.
A pocos días de su ascenso a la Casa Rosada cabe preguntarse si Milei se va a quedar en el perfil que le sirvió para llegar allí. Ha cumplido con la derechista silvestre Patricia Bullrich que le endosó los votos, pero las medidas ultra, como desaparecer el Banco Central, todavía no aparecen por ninguna parte.
Los modales del presidente no son los del candidato presidencial, y en muchos casos las ideas tampoco. Lo que mantiene Milei es un cierto sentido escénico. La anunciada visita a Tel Aviv es un desafío a las izquierdas de América Latina, un guiño a los cerca de 300,000 judíos argentinos, y una primera movida sobre el tablero mundial.
Los presidentes liberales (o casi) que lo precedieron cayeron víctimas del poderoso sindicalismo peronista. No vemos por qué este presidente pugnaz y empecinado sería la excepción.