En estos días de calamidad abundante en el espacio internacional y en la arena nacional, ¿se podría justificar la alegría por el mal ajeno?
No me refiero necesariamente, pues son reacciones enfermizas, aunque también les alcanza, a los que manifiestan euforia por la masacre brutal y macabra de los terroristas de Hamás y las consecuencias fatales de la respuesta de Israel. Tampoco a quienes gozan la muerte de un político de ideología diferente, motivando agravios en las redes insociales u obituarios celebratorios, como acaba de ocurrir en el Perú.
Aludo a situaciones sin duda menos graves. Por ejemplo, alegrarse porque la selección de Chile tiene cuatro lesionados, incluyendo a Vidal que siempre nos hace goles, aunque reconociendo el ‘derecho’ de los rivales de esta noche a entusiasmarse porque nuestro equipo también parece un hospital y no viajaron Tapia y Callens.
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Puede haber alegrías más utilitarias. Por ejemplo, siempre pensando en Chile, que a fin de año no aprueben la nueva constitución y vuelvan al lugar donde empezaron, pero US$60 mil millones más pobres que se fueron, lo cual no me entusiasma porque le desee mal a la economía del vecino del sur, al contrario, sino pensando en que sea una lección para el Perú, aunque debo reconocer que nuestros entusiastas de la reforma son unos indoctos invencibles.
Pensar en el disfrute por el fracaso de otro lo hizo hace poco Jaime Rubio Hancock en su estupendo newsletter semanal ‘Filosofía inútil’ de El País, recurriendo a la palabra schadenfreude que ‘Los Simpson’ popularizaron fuera de Alemania en un episodio y que viene de schaden (daño) y freude (alegría).
Descartes defendía la alegría por el mal ajeno si estaba asociada al sentido de justicia. Por ejemplo, cuando se capture al prófugo ‘robolucionario’ Vladimir Cerrón condenado por ratero.
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Pero Schopenhauer decía que festejar el mal del enemigo implica no tener corazón ni moral. Por ejemplo, los que odian a Dina y rezan para que El Niño destroce todo, incluyendo su gobierno.
Rubio recuerda, finalmente, a Hume: del ser no se deduce necesariamente el deber ser, que algo ocurra y sea natural no significa que sea bueno. Como Homero Simpson, que al final ayudó al amigo en desgracia.