(*) Profesor PUCP
Como era inevitable, el ‘bukelismo’ (esa onda expansiva que pone a Nayib Bukele, el presidente salvadoreño, como un ícono a emular) ha llegado a nuestras tierras y ha calado en parte de la población, pero ahora también en el premier Alberto Otárola y en el presidente del Poder Judicial, Javier Arévalo. Curioso: por fin, parece importarnos, aunque sea un poco, el contexto internacional.
Y la situación de El Salvador, que antes pesaba poco o nada entre nosotros. Desde el sur, por añadidura, viene el telúrico Javier Milei que, con su triunfo en las primarias argentinas, ha levantado agitación, esperanzas y entusiasmos. El tópico a la mano para analizar, o describir, a estos políticos rumbosos y digitales es que son ‘antisistema’. ¿Pero realmente lo son?
Milei, por ejemplo, no cree en el cambio climático. Sostiene que es “una mentira del socialismo”, algo que lo emparenta con Trump, Bolsonaro y otros negacionistas. ¿No es eso de lo más reaccionario y conservador que hay? Tomarse en serio el alarmante calentamiento anormal de la Tierra implica, realmente, ser antisistema, es decir más austero y menos consumista.
PUEDES VER: Bukele conversó con astronauta Frank Rubio, quien lleva 10 meses varado en el espacio: ¿qué se dijeron?
El díscolo candidato argentino propone lo contrario, que no es nada rompedor: que el mercado lo arregle todo, incluso el trasplante de órganos, y que no se pongan parámetros a prácticamente ninguna actividad empresarial. O sea, más de lo mismo, pero peor. Como si liberando todas las fuerzas económicas y personales, sin límite alguno, fuéramos a llegar al paraíso sostenible.
Bukele ha tocado una fibra sensibilísima de los ciudadanos salvadoreños: la inseguridad provocada por la delincuencia, un mal que se extiende por toda la región, acaso de la mano de la desigualdad. Meritorio, gol, han bajado los homicidios, lo que provoca un alivio casi desconocido en este sufrido país. El problema es que ese logro viene con huesos antidemocráticos.
¿Cómo puede considerarse ‘antisistema’ a un presidente que fuerza la institucionalidad para intentar reelegirse, o que aplica la ‘mano dura’ no solo contra las maras sino, además, contra sus opositores? Son añejas, apolilladas, prácticas de autoritarismos de ayer y hoy, que no cambian sustancialmente la estructura social, y menos aún las formas de hacer política.
PUEDES VER: Bukele ordena nuevo cerco militar para frenar pandillas en El Salvador: “Hasta dar con todos”
Quizás hay una limitación para entender qué significa ser verdaderamente antisistema. Se asume que lo es un político que grita (¿qué novedad es esa?), que tuitea o tiktokea furiosamente, que proclama ser distinto y casi mesiánico. Pero probablemente se trata de un populismo puro y duro, que busca un enemigo y que se encarna en un personaje hiperegocéntrico y desatado.
Nada nuevo. Para ser auténticamente antisistema, un candidato o presidente debería hacer de la austeridad su bandera, aplacar su sistémico egocentrismo, luchar en serio contra la corrupción. En ese sentido el sereno, pero firme, presidente electo de Guatemala, Bernardo Arévalo, resulta más contracultural que la colita de Bukele y los gritos destemplados de Milei.