Es un yo que se reconvierte en la expresión máxima del goce terrenal, convulsa y pasional; es la conmoción de la existencia, lo paralelo de la vida, el enarbolamiento de lo no permitido.
Los versos se refugian incontenibles en la personificación de una imagen que impreca con matices la vida, una presencia en la que se reconoce la imposibilidad y la lucha a través de las palabras.
Los poemas nos recomponen, vincularizan, ofrecen posibilidades de ampliar nuestra mirada hacia el sentir en todas sus formas, volviendo vigente la realidad en una composición sencilla.
Es un acto magistral, un instrumento contra el olvido que nos transporta a lo más íntimo. No solo es creación, porque aparece como un impulso para materializar lo insondable, un conflicto por la correspondencia que depura el acento, el vocablo, el poder de nombrar lo inexistente.
Es el referente de lo simbólico, del rompimiento de las maneras de la palabra honesta que contrasta con el reconocimiento del sentir turgente, agreste e implacable a la sobrevivencia, en que lo único que queda es liberar la voluntad de experimentar lo no habido para hacerlo realidad.
Innegable encontrar en el universo de la poesía evocaciones a la libertad del acto, la autonomía del sentir, la sinceridad de hablar y lo sagrado de confesar en ella madura la existencia con una intensidad que se contrapone con lo exacto de la significancia del verbo, refrendada por el anhelo de una plenitud inconclusa.
Representa la purificación de la penumbra, antónimo de lo anónimo, desvistiéndose de lo perfecto, mostrándose reconvertida, imprecada en el subconsciente.
Qué encontrar en la poesía: lo auténtico, reflejo de lo identitario, divorcio de lo homogéneo, que refleja una profunda espontaneidad desvestida, para clarificar la lucha por lo sencillo, por la muestra de un sentimiento inacabado.
15 de abril: Día del Poeta Peruano