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Opinión

El peligroso camino del superhéroe

“Boluarte sigue sin reconocer su responsabilidad en la muerte de 48 personas a manos de las fuerzas del orden”.

larepublica.pe
Rosa María Palacios

Una catástrofe es, para un político, una oportunidad. “El caos es una escalera”, dice el personaje Littlefinger en ‘Game of Thrones’. La posibilidad de resolver problemas concretos con gran velocidad y eficacia termina en el agradecimiento (siempre temporal porque la memoria es ingrata) de la clientela beneficiada, sobre todo si se trata de construcción de infraestructura o asistencia individual a través de bienes o servicios. Bonos, comida, agua, techo y ropa siempre serán bien recibidos.

Por eso, en la calamidad nacional, un político en declive ante la opinión pública aprovechará todas las oportunidades fotográficas para trasmitir valores altamente apreciados: acompañamiento, gestiones, éxito en las gestiones, entrega física de bienes. Una maquinaria de prensa tiene que multiplicar su imagen en redes sociales y en desfiles por cabinas de radio y televisión. Un aire compungido, parco en la palabra, pero conmovedor (sin exagerar ningún extremo), muchos planes fantásticos y un inútil derramamiento de cifras deben acompañar un look acorde.

En casos de huaicos, por ejemplo, botas de plástico embarradas, jeans, polos de algodón con cuello, chaleco institucional o camisa remangada no tienen pierde. Un tanto despeinado y un tanto de barba de dos días mejoran todo el conjunto.

El problema, sin embargo, está en que a mayor la tragedia, mayores las posibilidades de un fracaso sin retorno. La imagen, sin obra, se derrumba más rápido que casa sobre río. Si la crisis parece manejable, da una tregua de dos o tres meses. Si la crisis es inmanejable, tarde o temprano caerá el político.

Dos ejemplos recientes. El 2017, Kuczynski consiguió una tregua política porque su archienemiga Keiko Fujimori también quería salir en la foto de las superheroínas; pero, pasadas las lluvias, reavivó el conflicto. Un manejo de crisis temporalmente exitoso, con alto aprecio para las FF. AA., no impidió su caída un año después.

El segundo ejemplo es el de Vizcarra y la pandemia. Un manejo autoritario y punitivo tuvo un gran éxito en la opinión pública. Pese al pésimo tratamiento y promoción de la aglomeración en mercados, con toques de queda asesinos, Vizcarra cayó por una conspiración, en medio del aprecio popular.

Sin embargo, cuando en diciembre del 2020 quedó claro que no se habían comprado vacunas y en enero se conoció el vacunagate y su vacunación clandestina, pasó de héroe a villano. Su aparato de comunicación no podía seguir sosteniendo un enfoque que fue catastrófico y que, en buena medida, fue el responsable de más de 220.000 muertos, pese a las innumerables advertencias y críticas que recibió. La soberbia suele ser mala consejera cuando el aspirante a superhéroe cree que está en la cima.

Dina Boluarte no tenía idea de lo que se venía el viernes 10. Dicen, buenas fuentes, que se enteró por mí. Enhorabuena. Pero lo que hemos visto no es nada en comparación con lo que podría venir si finalmente se confirma El Niño para agosto. Estamos hablando de un fenómeno similar al de 1983 o al de 1997 con los resultados catastróficos en la economía y las vidas de millones de peruanos.

Boluarte, después de la respuesta represiva a las protestas sociales que a estas alturas reclaman como programa mínimo un adelanto de elecciones para que ella se vaya (cosa que podría hacer hoy, si quisiera, con su renuncia) y se vaya el Congreso luego de un proceso electoral, se ha montado sobre la desgracia para buscar la escalera que la saque del caos.

Sin embargo, tiene que superar dos obstáculos: su inmensa impopularidad y los competidores. Con estos últimos no tiene problema en compartir estrado, pero correrán de su lado si la gestión fracasa. A su favor tiene un gabinete tecnocrático, mejor que los de Castillo, pero endeudado a parcelas de poder que la sostienen (educación y fuerzas del orden) y a alcaldes que quieren su propio espacio. El “no jodan” de López Aliaga está dedicado, en realidad, al Ejecutivo: Si no me das plata (y poder), te voy a culpar de todo es el mensaje.

Boluarte sigue sin reconocer su responsabilidad en la muerte de 48 personas a manos de las fuerzas del orden, aunque se lo recuerde, esta semana, nada menos que el New York Times. No tiene capacidad ni experiencia de gestión en desastres. Si la ausencia de liderazgo la va a compensar rodeándose de sobones, como sucede al cumplir 100 días de gobierno, ella puede terminar arrastrada por otro huaico más potente que todos los que hemos visto.