La corrección política es valiosa para no ofender o excluir con el lenguaje o el comportamiento a sectores específicos de la sociedad, pero, como todo en la vida, su exageración evidencia límites que, al transgredirse, llevan al ridículo.
Ocurre en estos días con Roald Dahl, el novelista, cuentista y poeta británico de ascendencia noruega, famoso por sus obras para niños como Charlie y la fábrica de chocolate, cuando Puffinn Books anunció que estas se publicarán con el filtro de la corrección política, cambiando palabras como gorda, bruja o feo por otras más ‘dignas’.
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La crítica que felizmente surgió ante esa decisión fue tan amplia y sólida que obligó a un retroceso que, sin embargo, fue solo parcial, pues la editorial anunció que aparecerán dos ediciones de los cuentos de Dahl: originales y políticamente correctos, una especie de versiones light, como si la literatura debiera seguir la conveniencia de la prevención alimenticia.
De paso, los libros de Dahl son valiosos, pero su trayectoria personal es despreciable por los comentarios antisemitas que hizo en vida y por los cuales su familia ofreció disculpas, lo cual no invalida el valor de su obra.
La dosis de corrección política es una decisión de cada autor, hasta incluso, la opción de publicar dos versiones —con o sin azúcar—, pero las editoriales no debieran inmiscuirse con alteraciones fuera de contexto, pues cada obra depende de su momento.
Si estas iniciativas no se detienen, un día nos vamos a encontrar con las versiones impuestas de Madame Bovary revisada por las ONG absurdas contra el enfoque de género, de Conversación en la catedral supervisada por la policía de la moral, o de La hora azul con censura de Dircote. O que al David de Miguel Angel le tengan que poner calzoncillos en el museo para que los niños —¡y, ay, las niñas!— no se ofendan.
Sería tan ridículo como las iniciativas para revisar el comportamiento de personas de hace siglos con criterios actuales, como las conmemoraciones en el calendario dispuestas en el gobierno de Pedro Castillo “contra la invasión y el colonialismo español”.
La corrección política es útil, pero el control puritano e intolerante —no solo en el arte— es un absurdo y una huachafería que se debe evitar y combatir.