Quizás para nosotros el tema en torno de la Alianza del Pacífico no sea la presidencia transitoria que nos quiere impedir Manuel López Obrador, AMLO. Quizás debemos preguntarnos qué hacemos en este momento con socios que no nos son afines, por decir lo menos.
La AP fue formada por los cuatro países que la integran cuando sus respectivos presidentes eran liberales, y así siguió siendo. La ola izquierdizante en la región cambió las cosas, y el Perú pos-Pedro Castillo ha terminado aislado en el organismo.
En 1976 el Chile de Augusto Pinochet se retiró del Pacto Andino, por considerar que la Decisión 24 le impedía seguir allí. Luego Venezuela salió del pacto, por razones ideológicas, y tal vez buscando espacio para un liderazgo propio.
Si bien es verdad que la AP bajo hegemonía de izquierda latina nunca ha tomado o propuesto una medida a contrapelo de la política económica peruana, eso puede cambiar. La conducta de López Obrador parece un adelanto de posiciones frente a un Perú no castillista, el de hoy, el de mañana.
Dejar atrás el club AP sería un gesto de afirmación nacional fuerte, y descolocaría al solícito hotelero de la familia de Castillo. El Perú está, y seguirá, en una situación excepcional, en que toda vacilación o muestra de debilidad se vuelve muy costosa.
Si uno mira a los países que siguieron a López Obrador en su primer ataque al gobierno peruano, orquestado desde la OEA, confirmará que Brasil, no México, es el gran mediador en América Latina. Quizás hay allí el potencial de acuerdos mejores que los actuales.
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De otra parte podríamos estudiar el acercamiento a algunos tipos de alianzas occidentales, como hizo Colombia con la OTAN, de la que es “socio extracontinental” desde hace unos cinco años. ¿Va a mantener Gustavo Petro esa relación? ¿Nos convendría a nosotros?
Quizás es hora de empezar a manejarnos solos, con menos nostalgia por las alianzas del pasado. Se nos ha querido imponer el reich corruptivo e inepto de Castillo. Eso va a seguir, y lleva a preguntarse qué clase de gobiernos amigos son esos.
De la espada de Simón Bolívar a la daga bolivariana hay una gran diferencia. No son los sátrapas ideológicos quienes van a unificar a América Latina en algún sentido provechoso.