Lima, 1981. Director de Investigación de la Universidad Científica del Sur. Médico sanfernandino, investigador RENACYT, docente universitario, editor científico, acuarófilo, papá gatuno y compañero de vida de Daniel. Cuenta con más de 100 publicaciones científicas en Scopus, miembro del Comité de SciELO Perú.
Hace unas semanas se destapó la noticia de un potencial sobrecosto en la compra de los robots Da Vinci para cirugía robótica en el INEN y en el hospital Dos de Mayo del MINSA, así como el despido de la directora del IETSI y posterior cambio de un informe en EsSalud para facilitar su compra. Más allá de estas situaciones que ameritan investigación, es importante conocer más sobre la cirugía robótica.
La cirugía robótica o cirugía laparoscópica asistida por un robot no es una tecnología nueva en el mundo. Ya tiene 25 años desde sus primeras versiones, de hecho, el Perú es uno de los últimos países de la región en implementarla, hasta donde hemos podido averiguar solo Haití, Cuba, Bolivia y Paraguay no lo han hecho aún.
Actualmente ya están saliendo nuevos robots (Hugo RAS, Versius, SkyWalker, Toumai, Hinotori, entre otros) pues la empresa que creó el Da Vinci está perdiendo varias de sus patentes por vigencia, lo que permitirá que esta tecnología con el tiempo sea mucho más accesible.
La cirugía robótica tiene las mismas ventajas de la cirugía laparoscópica contra la cirugía abierta, es menos invasiva, tiene un menor tiempo de recuperación, menor sangrado y preservación de estructuras, pero permite ir más allá de la cirugía laparoscópica. ¿Por qué? porque permitiría desarrollar cirugías más complejas al tener un manejo más preciso y en escenarios más complicados. No se compra un sistema tan caro para hacer apendicectomías o colecistectomías, ahí es mejor usar laparoscopía. Por ejemplo, en cirugías de distintos tipos de cáncer es donde más se está explorando su uso.
La cirugía robótica permite superar la limitación de movimiento de la laparoscópica (es 360°), tiene una visión amplificada de hasta 10 veces el tamaño de la estructura y en 3D, y elimina el temblor natural de la mano del cirujano, lo que ayuda a ingresar a estructuras más pequeñas y profundas, a espacios más reducidos, así como diferenciar mejor los tejidos en casos oncológicos y tener mayor precisión.
Si bien es posible la telecirugía con estos equipos (operar a distancia), no es la forma principal de uso, sobre todo en un contexto como el nuestro donde la calidad del internet no es lo principal. Además, se debería implementar en hospitales de alto nivel donde haya suficiente casuística quirúrgica compleja, alta calidad de cirujanos y sobre todo suficiente financiamiento para los mantenimientos que requiere, de lo contrario se convertiría en operaciones de vesícula y apéndice super caras que no se justifican en sistema de salud pública con tantas necesidades como el nuestro.
Indudablemente toda nueva tecnología es mucho más costosa, ya que no sólo incluye el valor del equipo en sí, sino también el proceso de capacitación de aquellos que la van a manejar y su respectiva curva de aprendizaje.
Al igual que sucedió con la cirugía laparoscópica, que generó mucha resistencia al inicio y quejas de posibles despilfarros cuando se podía operar a cirugía abierta de manera menos costosa, hoy existen cuestionamientos similares a la cirugía robótica; sin embargo, se avizora que a futuro podría ser la primera opción de manejo para casos complejos donde hoy no se usa laparoscópica o donde esta no da los resultados esperados.
Su implementación en Perú es inexorable, lo que hay que asegurar es que sus procesos de adquisición e implementación sean los correctos.

Lima, 1981. Director de Investigación de la Universidad Científica del Sur. Médico sanfernandino, investigador RENACYT, docente universitario, editor científico, acuarófilo, papá gatuno y compañero de vida de Daniel. Cuenta con más de 100 publicaciones científicas en Scopus, miembro del Comité de SciELO Perú.