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Opinión

A la sombra del terror, por Mirko Lauer

“Una parte de la violencia no solo ha buscado intimidar al Estado, sino también a ciudadanos renuentes a participar en movilizaciones, como los comerciantes. Esto último aparece como una versión moderada de lo que se hizo en los años 80″.

larepublica.pe
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Quemar a un policía dentro de un patrullero, pegar fuego a un domicilio particular con dos personas dentro (se salvaron), incendiar una comisaría. Son actos que encajan dentro de una de las definiciones estándar del terrorismo como “violencia e intimidación, sobre todo contra civiles, con objetivos políticos”.

Una parte de la violencia no solo ha buscado intimidar al Estado, sino también a ciudadanos renuentes a participar en movilizaciones, como los comerciantes. Esto último aparece como una versión moderada de lo que se hizo en los años 80. Pues la idea del amedrentamiento regresa fácil y evoca los buenos tiempos del terror.

Leemos que muchos de los participantes que no están involucrados en esa táctica rechazan ser llamados terroristas. Probablemente no lo son. Pero en muchos casos sí son ciegos para lo que sucede unos metros más allá, o bien indiferentes a los efectos intimidadores de una violencia bien organizada, como la que hoy se centra en atacar aeropuertos.

Por un tiempo tuvo suerte la palabra terruqueo, para referirse a la atribución de terruco a quienes no son terroristas. Pero si se ha abusado de la acusación de terrorista, también ha habido un uso alegre y excesivo del neologismo. Así, más que el intercambio de palabras, en este tema nos sirve la constatación de algunos hechos.

Uno de ellos es el número de personas con pasados vinculados a organizaciones probadamente terroristas que han aparecido en el gobierno de Pedro Castillo, en el partido Perú Libre, en los llamados partidos magisteriales, o en la inspiración política de las actuales protestas. Todo un contingente en desplazamiento hacia el poder.

Los disturbios violentos que venimos presenciando no solo tienen “momentos Abimael”, que nos sugieren que no siempre el llamado terruqueo es gratuito. Además los protagonistas inocentes de raíces terroristas, que son la mayoría, tienen responsabilidad económica por las enormes pérdidas económicas públicas y privadas.

Circulan dos aproximaciones al tema. Una más bien genérica, que prefiere centrarse en la antropología de la protesta. Otra orientada a buscar la identidad y los propósitos finales de la minoría que viene conduciendo la parte más violenta de las asonadas. Cada sector se maneja con su propio lenguaje frente a los hechos.

Para la primera aproximación toda protesta es buena, se cometa lo que se cometa. Para la segunda vandalismo no es sino un eufemismo de terrorismo.