Por dos décadas, la inercia de la estabilidad económica y la expansión industrial china se unieron para darnos grandes ingresos; el gasto público y privado sostuvieron una impresión de bonanza que ocultó en buena medida las tensiones sociales. Con la pandemia, la ficción de prosperidad se quebró, y el consenso pareció aflojar. Pero lo más crítico fue la evidente separación de la política electoral del activismo social.
En esas dos décadas, la derecha peruana se volvió reaccionaria y antiderechos, buscando no solo negar la igualdad de género sino el reconocimiento de demandas de cualquier tipo. El Perú no puede sacrificar su futuro a un supuesto altar globalista, pues hay que preservar el orden natural; no importa que cada día la economía nacional sea más dependiente de la demanda externa, que las ganancias de los grandes grupos de poder aumenten. Virtudes del modelo que requieren un estado débil al servicio de la globalización y sus beneficiarios locales.
Ante este truco discursivo, el progresismo se ha destruido solo. No se trata de entender el progresismo como la defensa de los derechos de las minorías sexuales, sino como el respeto a la diversidad —ecológica, sexual, cultural— y la urgencia de protegernos todos de la emergencia climática, con un estado eficiente que no haga solamente lo que el capital quiere, sino que impida abusos de todo tipo: la discriminación cultural tanto como la laboral, y la sobreexplotación ecológica son parte de la misma cuestión.
Este progresismo no ha conectado con la tradición conservadora de la izquierda peruana, anclada en su lógica de vanguardia que debe conducir al pueblo. Tras el desaliento pospandemia, una minoría optó por un oportunista sin convicciones, que comenzó con apelaciones racistas y que redujo la política al gremialismo, usando reivindicaciones tradicionales para hacer política fundamentalmente conservadora, aislada del pueblo, pero invocándolo como justificación. Ahora tenemos a alguien dedicada a su preservación, que descansa en las fuerzas reaccionarias para llegar a julio del 24.
Una solución duradera a esta crisis requiere que los diversos activismos sociales progresistas articulen una postura política con presencia nacional real, capaz de enfrentar la emergencia climática, como único camino a una vida mejor, y donde el reconocimiento de todos los derechos sea la ruta para la defensa de tus derechos. Electoralmente, con 35% de los votantes, en todo el país, sería suficiente para ganar una elección presidencial y proteger esa presidencia en el congreso.
En vez de confiar en la calle o de obsesionarse con lo institucional, hay que hacer política y buscar a ese 35%. No debería ser imposible.