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Opinión

El desierto y el desprecio

“No eran ‘40 carpas’, como declaró hace poco la Sra. Maricarmen Alva, presidenta de la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso, con un aire de desprecio...”.

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Conoce dónde se ubica el Estado del que habló María del Carmen Alva. Foto: Carlos Félix/La República/Composición LR

Por: Ramiro Escobar, profesor UARM

Pocas veces me he sentido tan conmovido como cuando, en el 2010, visité un centro para niños con discapacidad plantado en medio del desierto del Sáhara. Apenas era una casita con tres cuartos, donde unos cuantos pequeños y pequeñas con síndrome de Down o retraso mental saltaban y reían casi sin control. Una de ellas se colgó de mi cuello.

Estaba en un campo de refugiados saharaui, junto a numerosas casas más desperdigadas por las arenas ardientes, en este y otros campos asentados en territorio argelino. No eran “40 carpas”, como declaró hace poco la Sra. Maricarmen Alva, presidenta de la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso, con un aire de desprecio francamente pasmoso.

Ha sido una más de varias declaraciones que han hecho varios políticos sobre la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), de la que no saben ni pronunciar su nombre completo. El congresista Montoya, por ejemplo, se refirió a ella como “grupos sarauis”, con lo que reveló su desconocimiento evidente de un candente conflicto internacional.

La RASD existe desde 1976, luego de que, tras la muerte de Francisco Franco, España dejó en manos de Mauritania y Marruecos la disputa por el Sáhara Occidental (antes Sáhara Español). Se generó entonces una guerra entre Marruecos, Mauritania y el Frente Polisario (el ejército saharaui). En 1979 Mauritania se rindió y el Polisario quedó enfrentado con el reino marroquí.

La guerra se suspendió en 1991, gracias a la mediación de la ONU, y se insistió en un referéndum que se venía planteando desde los años 70, para que la población decidiera si quería ser marroquí o saharaui. Hasta ahora no se celebra porque Marruecos se muestra renuente y potencias occidentales, como EE. UU. o Francia, tampoco lo impulsan.

Hasta este punto, supongo que es fácil constatar que tal consulta no se haría por “40 carpas”. Y aunque el gobierno de la RASD ha sido acusado de autoritarismo (yo mismo conversé, una noche fría en medio del Sáhara, con unos jóvenes saharauis que se quejaban de eso), su demanda es justa y legal. El territorio donde viven está pendiente de descolonización.

Según la Universidad de Santiago de Compostela, 84 países han reconocido a este Estado en los últimos años; 48 de ellos mantienen tal reconocimiento, entre ellos Sudáfrica, una potencia emergente. Tampoco es cierto que “solo un país árabe la reconoce”, como sentenció Alva. Argelia, Yemen, Libia y hasta Mauritania, que estuvo en guerra con ella, reconocen a la RASD.

Las relaciones exteriores de un país, por último, no se marcan solo por intereses. Hay causas que defender, dramas humanitarios que atender. Este es un caso. Porque hay miles de saharauis abandonados en el desierto, incluso en una parte del Sáhara Occidental que controlan, esperando una solución. Incluyendo a esa niña, cuyo abrazo aún tengo pegado en el cuerpo.