Esta anodina y desangelada campaña municipal destaca por el contraste entre el desinterés ciudadano y la aguda competencia entre candidatos, quienes apenas balbucean pocas ideas, pero usan extensamente insultos estridentes. Mientras uno corea ¡Porky sí, burro no! El otro contesta diciendo: “Los cerdos a la izquierda no suman nada”. Pero, la gente igual mira desde el balcón. La indiferencia ha llegado a grados tan elevados que, si el voto fuera voluntario pocos perderían su domingo en las urnas.
Sucede que la mayor parte de los candidatos se mueve por oscuros intereses, bastante visibles en forma apenas velada. Como respuesta, aumenta la apatía popular. La mayoría son la mismocracia y los municipios serán el pretexto para turbios negocios privados. Así, la pobre calidad de la oferta es la causa número uno de la indiferencia política.
Aunque los planes de gobierno de los candidatos a la provincia de Lima reconocen que la capital está fragmentada, que peca por desarrollo desigual y profunda desigualdad, sorprende que ninguno perciba que la causa es la debilidad del escalón provincial al que aspiran.
Esta debilidad obedece a la fragmentación de los recursos propios, predial y arbitrios, que son manejados por los distritos en forma autónoma, mientras que los municipios provinciales solo cuentan con recursos provenientes de la esfera política. Por ello, no hay gobierno de la ciudad, sino tantas administraciones independientes como gobiernos distritales existan.
Este problema se reproduce a nivel nacional y registra una larga historia. Por ejemplo, se halla en el audio que derrumbó a Lady Camones, pues Acuña la presiona para convertir un barrio de Trujillo en distrito independiente.
Es la aspiración básica de todo pueblo, porque permite acceder a un presupuesto propio. A partir de ahí, los residentes en esa localidad tienen un tesoro que depende de ellos; asimismo, dependerá de su habilidad para multiplicarlo y de su sabiduría para usarlo en provecho colectivo o de unos pocos.
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La idea básica es que el ordenamiento legal hace del distrito la unidad clave y de la provincia un ente coordinador de algunos proyectos de mayor alcance. Peor aún, muchas veces, cuando la magnitud de un proyecto sobrepasa el alcance distrital, pasa al gobierno central, como fue el caso de García y el tren eléctrico.
Esa norma proviene del siglo XIX y ha dado origen a un territorio políticamente muy fragmentado, tenemos una cantidad de municipios bastante superior a países vecinos. La primera consecuencia es dispersión de esfuerzos. Los planes generales están guardados en gavetas y cada distrito se maneja por separado.
Por ello, son escasas las posibilidades de concretar proyectos urbanos de largo plazo. Toda obra debe tener resultado inmediato y ser visible, caso contrario hasta los vecinos protestan. Por ello, mientras unos distritos no tienen para recoger basura, en otros se gasta en ornato una y otra vez. En Lima tenemos 43 distritos y por consiguiente 43 presupuestos independientes que no conversan unos con otros ni pueden transferir un centavo entre ellos. En suma, acentúan la división social en vez de atenuarla.
A la vez, la fragmentación ofrece incentivos a la corrupción. El poder local suele caer en manos de mafias también locales, que compiten sin miramientos, al estilo de los gangsters de los años veinte. Es una rueda en espiral que se repite y desciende sin cesar.
Estos problemas continuarán hasta que se debata con claridad el asunto de la fragmentación. Parece conveniente concentrar los presupuestos en los niveles provinciales y reservar funciones básicamente administrativas a los distritales. Sin negar la descentralización ni mucho menos la democracia, hay que evitar que las ciudades del país sigan siendo mosaicos mal engrapados y devolverles capacidades para funcionar como unidades urbanas.
Antonio Zapata