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Opinión

Otro pobre hombre

“Ser un pobre hombre no es patrimonio de Castillo. Pero él lo ha llevado a otro nivel al pretender exponer al país a una crisis social para salvarse él y a los suyos”.

larepublica.pe
“Ser un pobre hombre no es patrimonio de Castillo. Pero él lo ha llevado a otro nivel al pretender exponer al país a una crisis social para salvarse él y a los suyos”.

La intención del presidente Castillo de crear un clima de confrontación social para tratar de librarse de las investigaciones fiscales que lo involucran a él, a su familia y a su círculo de confianza lo colocan en otro nivel de irresponsabilidad. Porque hemos tenido gobernantes de la misma calaña, pero no que estuviesen dispuestos a llevar al país a un nuevo abismo por salvar su propio pellejo. Al menos no desde Alberto Fujimori.

Alejandro Toledo fue borracho, irresponsable y un ladrón que terminó fugándose para evadir la justicia, pero durante su gobierno tuvo la habilidad para sobrevivir al avasallamiento de la derecha y de los medios de comunicación aún manejados por la mafia fujimontesinista. Lo logró conformando gabinetes con profesionales con experiencia –de centro derecha y de centro izquierda–, así como con la creación de espacios como el Acuerdo Nacional. Así pudo mantenerse los cinco años de su mandato.

Hemos tenido también del otro extremo de origen social, como Pedro Pablo Kuczynski, un “gringo” adinerado, pero con la criollada bien asimilada para aprovecharse ilícitamente de las puertas giratorias entre el mundo público y el privado. Cuando el fujimorismo lo quiso fuera de Palacio a cualquier precio, y las evidencias en su contra lo pusieron contra la pared, dio un paso al costado, y enfrentó la justicia como tocaba hacerlo. Así lo hicieron también los Humala-Heredia ya fuera del poder.

Y tenemos a expresidentes como Vizcarra, que a pesar de su alto nivel de popularidad y de los cuestionamientos a la legalidad del proceso de vacancia iniciado por el Congreso en su contra –que formó parte de la venganza político-judicial liderada por el fujimorismo–, una vez que fue aprobada, decidió acatarla y no ahondar la crisis ya generada.

Finalmente, hemos tenido a otros que, como Alan García, otro gran ladrón, sabiéndose incapaz emocionalmente de lidiar con la justicia desde la cárcel, y ya sin el control que construyó y acostumbró utilizar en el Ministerio Público y el Poder Judicial, decidió suicidarse.

Pero Pedro Castillo no tiene el valor para nada de eso. Su principal característica ya no es ser un hombre pobre, del pueblo, un maestro de las zonas rurales y excluidas que efectivamente necesitaban ser representadas en el poder central (algo que siguen y seguirán anhelando válidamente). Castillo es, ante todo, un pobre hombre que, a pesar de toda la evidencia en su contra –y que solo los necios, hipócritas y falsos adalides de la moral no quieren reconocer–, no tiene si quiera la entereza de sacrificarse él para salvar a los suyos, para hacerse cargo de los actos de corrupción que ha liderado desde Palacio de Gobierno y, a cambio, eximir de algún grado de responsabilidad a su propia familia. A pesar del año transcurrido desde que asumió la Presidencia, no se da cuenta de dónde está parado ni tampoco de que, tarde o temprano, él y los suyos terminarán en la cárcel.

Es un pobre hombre rodeado de otros pobres hombres y mujeres, no solo de la izquierda cerronista radical, sino también de movimientos como Nuevo Perú y Juntos por el Perú, que se están prestando a la tarea imposible de lavarle la cara a él y a su gobierno, y que además pretenden manipular la realidad para que creamos que todo se resume –como causa única o principal de la crisis– al golpismo de la derecha que no quiso –ni quiere– a Castillo desde su primer día en el poder.

Como hemos visto, no es que el pobre hombre sea patrimonio de Castillo. Nuestra política está llena de personajes de la misma calaña. Sin embargo, Castillo ha decidido asumir hoy ese el rol protagónico y llevarlo a otro nivel al pretender exponer al país a una nueva crisis para tratar de salvarse él y los suyos.

Lo único bueno es que, mientras las evidencias aumentan y las posturas se transparentan, el tiempo se acorta para saber quién es quién. Si algo positivo puede quedar de esta larga crisis, es que las caretas se terminen de caer.

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