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Opinión

Aprendiz de dictador

“¿De qué mente maligna surgió la idea de este decreto de inamovilidad que ha exasperado a la ya irritada población limeña?”

larepublica.pe
“¿De qué mente maligna surgió la idea de este decreto de inamovilidad que ha exasperado a la ya irritada población limeña?”

Pedro Castillo parece haberse creído el cuento de que, para gobernar el Perú, hay que tener mano dura, y no se ha percatado de que, a estas alturas, él es solo un remedo de dictador que se está ganando su marcha de los Cuatro Suyos a pulso. Es solo cuestión de tiempo para que la olla de presión estalle por los aires, junto con cualquier esperanza de continuidad en el cargo.

Pero ¿de qué mente maligna surgió la idea de este decreto de inamovilidad que ha exasperado aún más a la ya irritada población limeña? ¿De Vladimir Cerrón, el fan del castrismo que hoy despotrica del derecho a la protesta? ¿De su primer ministro, Aníbal Torres, más conocido ahora como “Marío Antonieto” por haber recomendado que “si no tienen pollo, pues que coman pescado”? ¿De los mismos asesores que lo mandaron a convertirse en carne molida frente a un entrevistador de la CNN?

Lo único cierto es que este gobierno tiene una capacidad inagotable de dispararse al pie, como lo demostró el ministro de Justicia y Derechos Humanos, Félix Chero, quien, ante la imposibilidad de la gente de conseguir alimentos ayer, dijo, muy suelto de huesos, que “nadie se va a morir de hambre porque no coma un día”.

Por otro lado, que el almirante Jorge Montoya se estremezca de placer ante este gesto autoritario no extraña a nadie (todos sabemos que la mano dura es su fetiche, como cuando “firmaba asistencia”, puntualito, ante Vladimiro Montesinos), pero sorprende que, hasta el cierre de esta edición, los otros rostros de la oposición no hayan dicho esta boca es mía.

Y sorprende más que el pretexto del presidente para imponer este estado de sitio, que no se ha dado ni en dictaduras militares, sea que las movilizaciones sociales están azuzadas por la oposición. Es verdad que todos los gobiernos impopulares suelen consolarse con ese argumento, pero que un gobernante que alguna vez fue sindicalista lo use ahora es lo que un marxista calificaría de traición de clase.