Muchas guerras se han librado en la última década. Con 400,000 muertos en Yemen, arrancó el 2014 y continúa; o en Siria (500,000 muertos y millones de refugiados). Su impacto en la geopolítica latinoamericana ha sido ínfimo o nulo. No es el caso, por cierto, de la invasión rusa a Ucrania y sus derivaciones especialmente por tres razones.
Primero, por las repercusiones que ya viene teniendo en el mundo y porque los acontecimientos retrotraen a escenas y situaciones que no se vivían en el continente desde hace casi 80 años. Segundo, por el impacto en el mercado mundial: alzas de precios en productos básicos en los que Rusia es mayor exportador (petróleo, gas y trigo). Contexto dentro del cual un país como el Perú se beneficia en algo con el aumento de precios en commodities, pero todo con posibles efectos recesivos e inflacionarios como advierte Julio Velarde.
Tercero, por las consecuencias geopolíticas en un mundo no bipolar –como erradamente sostienen algunos análisis– sino crecientemente multipolar. ¡Cuidado con simplificar los enfoques poniendo en un lado a EE.UU., la UE y aliados y, en el otro, no solo a Rusia y Belarús sino también a la China o la India! Gravísimo desliz, que se reitera a diario en mucha prensa internacional. Ya los intereses nacionales y geopolíticos de un país como China son distintos a los de Rusia.
Las salidas que se pueden avizorar requieren finas estrategias diplomáticas y políticas y ciertos sustantivos orientadores cuyo impulso la región latinoamericana puede ser parte contributiva. En base a algo tan fundamental, pero soslayado. Como los principios de la Carta de las Naciones Unidas que establecen la solución pacífica de controversias como herramienta conceptual y operacional fundamental desde su artículo 1.
Cuando las conversaciones episódicas, en Belarús, entre las delegaciones de Putin y Zelenski parecen no ir a ningún lado, es evidente, primero, que se requiere buenos oficios de terceros; son indispensables. Y, segundo, la necesidad de una agenda más sustantiva, apuntando al cese de hostilidades. Más ambiciosa que los “corredores humanitarios” (que no están funcionando).
América Latina debiera prestar atención –y apoyo– a señales emitidas en la última semana que están siendo desoídas. El ministro de Asuntos Exteriores de China, Wang Yi, ha reiterado esta semana, otra vez, que su país está “dispuesto, si es necesario y junto a la comunidad internacional, a llevar a cabo la mediación necesaria cuando haga falta”. La posible participación de China ejerciendo sus buenos oficios en los diálogos hasta ahora infructuosos es algo que Ucrania ha solicitado y que Rusia seguro consideraría.
Visto este panorama global nuestro escenario latinoamericano no es irrelevante ni está en otro planeta.
Primero, porque pese a la distancia física y geopolítica con la guerra, no estamos completamente fuera de una escena que ya impacta en los precios internacionales y en las perspectivas inflacionarias. La guerra nos concierne.
Segundo, porque, pese a las diferencias de óptica y de interés, ningún país latinoamericano se ha expresado a favor del expansionismo de Putin. Entre los cuatro países que votaron la semana pasada junto con Rusia en el Consejo de Seguridad de la ONU no hay ningún latinoamericano. Este dato no es irrelevante.
Tercero, porque el curso acelerado de los acontecimientos puede impactar sobre dinámicas en los tres países de la región que tienen articulaciones geopolíticas particulares con Rusia (Cuba, Nicaragua y Venezuela). En particular Venezuela, ya aproximada por una delegación estadounidense de alto nivel, muy bien recibida esta semana en Caracas por el propio Maduro, para tratar sobre el acceso al petróleo venezolano. Y luego, este martes la liberación en Caracas de dos presos estadounidenses, uno de ellos acusado nada menos que de terrorismo.
La China ya se ha ofrecido. Dos veces en una semana. América Latina, en ejercicio de una política de no alineamiento activo, podría respaldar eso y considerar, también, algún papel complementario incentivando a los otros componentes de la “comunidad internacional” a los que hizo referencia el canciller Wang Yi, teniendo como guía la Carta de la ONU.
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