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Opinión

La guerrita fría

“Lo más probable es que este trance de paranoia guerrera se resuelva, como la Crisis de los Misiles de 1962 (cuando EEUU y la URSS estuvieron a punto de apretar el fatal botón nuclear)”.

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Un soldado ucraniano frente a la guardería bombardeada en Stanitsa Luganska, en el este de Ucrania, el 17 de febrero. Foto: AFP

Cada vez que uno se asoma a las noticias internacionales, la crisis en Ucrania aparece como un viento de alarma, tenebroso, que para algunos incluso nos aproximaría a la “tercera guerra mundial”. Mientras escribo estas líneas, por ejemplo, se reportan posibles bombardeos en Donbás (una zona de Ucrania donde hay guerra desde el 2014) y hasta el ataque a una escuela.

Como en todo escenario de conflicto bélico, en curso o probable, el campo mediático se vuelve también un territorio de batalla, y surgen versiones de los involucrados que tornan más esquiva a la verdad. En Donbás, los contrincantes son rebeldes pro-rusos y soldados ucranianos. Rusia apoya a sus allegados, siempre lo hizo. Pero no se sabe si ahora ha activado un botón adicional.

En el subsuelo escondido de este tenso trance lo que parece estar en juego no es si habrá o no guerra, sino quién aprieta más. En rigor, un enfrentamiento desatado en Ucrania no es negocio político, social y económico para nadie. Cualquiera de los actores no tiene la seguridad de ‘ganar’ (en una guerra hasta el vencedor pierde) y además el arsenal es de un calibre muy grueso.

No apto para aventuras de este tipo. Pero sí propicio para que algunas potencias muestren el puño. Quizás está pasando algo similar a lo que, según el historiador británico Eric Hobsbawn, ocurría durante la Guerra Fría entre la URSS y EEUU: ambas potencias habían acordado una “paz fría”, aun cuando la retórica era flamígera, el espionaje duro y el susto real.

En los hechos, a Moscú le preocupa que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) crezca como una mancha de aceite cerca de sus fronteras. Es entendible: varias ex repúblicas soviéticas son hoy parte de ese club de seguridad para Moscú amenazante. Si entra Ucrania, la bisagra entre Rusia y una Europa cada vez más ‘occidental’, las alarmas estallan.

Al leer la entrelínea de las declaraciones de Vladimir Putin y su canciller, Serguéi Lavrov, percibimos un juego verbal que se encoge y estira de acuerdo a la situación: “hay sitio para la diplomacia”, si EEUU ataca habrá “severos costos”, “no queremos la guerra”. De parte de Joe Biden el discurso es también bamboleante, pero muestra siempre el as armado bajo la manga.

Es posible que ni uno ni otro, como los viejos líderes soviéticos y norteamericanos de los 50, quieran desbarrancarse al abismo de la guerra. Ambos podrían perder, vidas humanas y también prestigio político. Un Putin retrocediendo humillado, retirando todos sus tanques, no es imaginable; un Biden medroso, aceptando todas las condiciones del Kremlin, tampoco.

Al parecer EEUU tampoco quiere ser “la” potencia que ataque. Por eso está en un frente con otros actores, como Alemania, el Reino Unido, Francia. Pero sí es evidente que quiere pisar fuerte, cuadrar la cancha, acaso dar la última palabra. Hay, en suma, una ‘guerrita fría’ que mantiene en vilo a Europa, a Rusia, a Ucrania y a buena parte del mundo inclusive.

Lo más probable es que este trance de paranoia guerrera se resuelva, como la Crisis de los Misiles de 1962 (cuando EEUU y la URSS estuvieron a punto de apretar el fatal botón nuclear), en el último minuto. Con declaraciones providenciales de ambos líderes en pro de la paz y el consenso. Algo así como la pipa de la paz que fumaron hace poco los congresistas peruanos.

El problema es que esa “solución” no resolverá asuntos de fondo. Rusia mantiene a Crimea (que era parte de Ucrania) anexionada ilegalmente, la Guerra de Donbás continuará y Ucrania seguirá jaloneada por Moscú, por Washington y por Bruselas. Hay seres humanos que sufrirán más los estragos de los enfrentamientos parciales, y a todos se nos volverán a romper los nervios.

Ramiro