Mi amigo no podía volver a dormir. El evento, en apariencia sobrenatural, lo descolocó. Una silueta cubierta de un manto rojo, bien rojo, con la hoz y el martillo zurcido en hilo dorado, como escudo, había pasado raudamente, según sus ojos, por el pasadizo contiguo a su cuarto, justo cuando se disponía a volver a su cama luego de una incursión en el baño.
Con su esposa no era, ella seguía con sus propios sueños, ajena al drama interior de su marido. Hace tiempo que ya no copulan, dicho sea de paso. Mi amigo empezó a temblar y sudar frío.
“Son todos rojos, todos. Tenemos que botar a los rojos, comunistas miserables, asno maldito, vamos con todo a la vacancia. Me van a quitar mis ahorros, mi casa, ya no quiero vivir en este país”, murmuraba para sus adentros.
Para recobrar la serenidad se concentró en Keiko Fujimori y en Rafael López Aliaga, pero la evocación no le dio el resultado esperado. Optó entonces por pensar en los discursos cuarteleros del almirante Montoya y del general Chiabra en el Congreso. En sus voces firmes, autoritarias que ponen orden. Fue allí cuando sintió, por fin, que su alma le volvía al cuerpo.
El recuerdo de los militares lo sintió como un cálido refugio paterno y lo liberó de una cojudignidad, que no se podía permitir jamás. Apareció de pronto, en su mente, la imagen de Montoya firmando la llamada acta de sujeción, pero de inmediato recurrió a imaginarse a Chiabra en Tiwinza y el alivio siguió su curso.
“Chiabra fue ministro de Toledo, no te confíes, ha tranzado con los rojos, también liberaron terrucos”, le había dicho un amigo hacía pocos días, pero en segundos llegó a la conclusión de que el general Chiabra ya era otro, además apareció el recuerdo del almirante Cueto, para sacarlo de ese mar de dudas, como un inusitado Grau macartista.
Mi amigo se echó en la cama y, ya más calmado, reflexionó: “Los rojos del JNE ya se están alineando, ya dijeron que no procede el referéndum, pero ya la fregaron consumando el fraude. Solo falta que los congresistas se dejen de tibiezas y vaquen al burro con sombrero, antes de que sea tarde y nos convirtamos en Venezuela, no puede ser que sean como el miserable de Sagasti, tremendo rojo proterruco”.
“Todos son rojos, caray”, volvió a pensar desconsolado. “La OEA, el TC, Biden, estamos jodidos, Los chilenos ya se jodieron. Acá los periodistas mermeleros no lo van a lograr, a pesar de que desde que sacaron al chino le hacen el juego a los rojos...”, seguía divagando sobre la almohada mientras recuperaba el sueño y procedía a roncar.