Tomo este título de un tuit que Cristina Quiñones publicó en estos días. De varias maneras las redes sociales son una fuente inagotable de intentos por sintetizar cosas que vemos a diario. Hay muchos aciertos en este permanente juego de métricas disminuidas. Creo que Cristina tuvo uno de esos aciertos.
Los desastres de Vizcarra (el caso Swing y las vacunas, especialmente) adelgazaron al centro político hasta extremos que nos dejaron expuestos a esta carnicería binaria de 70 días que han sostenido la extrema derecha y la extrema izquierda. Han sido muchas las voces que han reparado en las semejanzas que emparentan a estos dos polos en el lenguaje, en el machismo, en los gestos y en esa interdependencia apocalíptica y enfermiza que sostienen.
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Parece una mala broma, pero ambos extremos intentan ahora que no se ratifique a Mirtha Vásquez como primera ministra. No creo que lo logren. Pero el esfuerzo era predecible. Los demonios del infierno necesitan reproducir permanentemente los bucles tortuosos que alimentan las llamas que los sostienen. Vásquez, una mujer de izquierda, no de centro, es sin embargo capaz de desactivar el infierno. Los demonios que lo habitan querrían sin duda impedirlo.
La épica instaurada por la teoría política clásica reemplazó al infierno, tal como fue definido en la Europa medieval, una suerte de caverna merecida, por el llamado “estado de la naturaleza”. Allí, en la fórmula de Thomas Hobbes, el “hombre es el lobo del hombre”; solo rige la violencia. La narrativa contractualista funda la civilización abandonando ese estadio, la segunda representación del infierno, para alcanzar una sociedad que se basa o se debe basar en la palabra, el acuerdo y en el respeto mutuo.
Creo que fue en una entrevista a Pablo Macera de los años ochenta donde me topé por primera vez con la fábula del cangrejo: de acuerdo a ella en el Perú nos portamos como cangrejos que están siendo cocidos en una olla a fuego lento. La olla no requiere ser tapada, porque cuando un crustáceo intenta escapar otro lo jala hacia abajo, al agua hirviendo.
Perversa misión la asumida por los cangrejos: devolvernos al infierno originario, a esa caverna en que solo rige la violencia que surge del desprecio.
Creo que la puerta de salida de esta vendetta narcisista en la que estamos atrapados se construye a partir de las manos de las mujeres. Aquí llegamos por la brutalidad machista de la peor derecha y la peor izquierda. Dos sectores emparentados en la contemplación de sus propios ombligos engordados por la autocomplacencia. Vásquez representa con la más humana exactitud la forma en que pueden encontrarse puntos de equilibrio dejando al margen preferencias subjetivas que sin embargo también son defendidas. Hace muy poco contuvo un Congreso enardecido por las torpezas de Merino. Recuerdo el abrazo de Salgado y Glave cuando se aprobó la ley de paridad. De eso precisamente se trata. Creo que ese abrazo dibujó la ventana que muestra el paisaje de una posible dinámica distinta.
Bellido siendo primer ministro amenazaba por el Twitter incluso al canciller y al propio presidente. Keiko Fujimori grita “Viva España” de la mano del racismo de Vox, en pleno bicentenario, olvidando que también hay afrodescendientes en su bancada. Cerrón dirigiendo a un partido que ganó las elecciones para perder el control del gabinete antes de 100 días, como la señora Fujimori perdió hace dos años el control del Congreso que tenía en sus manos.
Sí, Cerrón es Keiko. Me pregunto si el “no a Keiko” es un movimiento organizado contra una persona o contra una forma de hacer política. O de deshacerla. Porque si es así, el nombre debería cambiar hacia algo semejante a “ni Keiko ni Cerrón”, ahora mismo.
Vladimir Cerrón Keiko Fujimori