Guido Bellido será recordado como el presidente del Consejo de Ministros de un tiempo particularmente oscuro para la política peruana: 69 días en los que el país fue sometido al capricho, la improvisación y el delirio, donde sus malos modales democráticos, su actitud confrontacional, su puesta al servicio del proyecto autoritario de Vladimir Cerrón y sus abiertos desacatos a la autoridad presidencial contribuyeron a degradar el cargo que ostentó.
Pocos lo extrañarán, comenzando por Pedro Castillo, que encontró en las indisciplinas, dislates y temeridades de Bellido el principal problema para una gestión que, en poco más de un mes, acumuló tantos pasivos que pareció volverse inviable. Su descontento fue evidente en el breve mensaje a la nación donde anunció su salida. Ahí se refirió a su gira por el extranjero, cuyos resultados quisieron ser dinamitados por Bellido con la amenaza de una nacionalización al consorcio Camisea si no renegociaba sus utilidades, en lo que fue el principio de su final.
Se llegó a este límite por la absoluta desconexión del cerronismo con la realidad, por el cálculo equivocado de sus verdaderas fuerzas, por su interpretación caprichosa de los resultados electorales, por su concepción fundamentalista y mesiánica del ejercicio de la política, por creer que Castillo era una figura prescindible que aguantaría para siempre los desplantes e imposiciones, por convencerse de que el verdadero ganador de las elecciones no era otro que Vladimir Cerrón.
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Las consecuencias son bastante obvias. Despojado de su investidura, Guido Bellido ha quedado reducido al personaje gris que siempre fue, que ahora deambula cabizbajo rumiando su orfandad, sin entender qué pudo salir mal. Peor todavía es la situación de Cerrón, que ha lanzado a sus huestes a armar escándalo al grito de “traición”, pero no se ha atrevido a romper con Castillo. Su derrota política tiene un sabor todavía más amargo luego de que a Arturo “Pinturita” Cárdenas —su lugarteniente en “Los Dinámicos del Centro”— se le dictara prisión preventiva.
Ante estos antecedentes, la llegada de Mirtha Vásquez al premierato es, en efecto, un alivio. Aunque no debe perderse de vista a ministros como Luis Barranzuela (Interior), abogado de Vladimir Cerrón y Perú Libre, Vásquez representa a una izquierda distinta a la de Cerrón y debería responder a la política de apaciguamiento propuesta por Castillo en su mensaje, con el propósito de detener la espiral destructiva emprendida por el cerronismo contra la democracia, la economía y la sensatez más elemental, en el intento de acercar al Perú al desastre de una Venezuela o una Nicaragua.
Cabe preguntarse qué conclusiones y enseñanzas ha sacado el presidente Castillo de este episodio y qué pasa por su cabeza ahora que comienza a descubrir el poder de su cargo y el impacto de sus decisiones.