¿De qué les sirve haber leído bibliotecas enteras, ostentar premios Nobel, títulos nobiliarios, hermosas casas y piel blanca, si a la primera que algo no les sale como hubieran deseado pierden la compostura, llaman a los cuarteles, o callan cómplices cuando otros lo hacen?
Con tanta ilustración deberían saber mejor que el único que puede darle órdenes al comandante general de las Fuerzas Armadas es el presidente de la República. Y que el ejército está allí para hacer respetar las leyes y la Constitución, esa misma que tanto piden que no se cambie pero se niegan a acatar. Llamar a los cuarteles es llamar al golpe. Llamar al golpe es desconocer las instituciones y la voluntad popular. Y es llamar al caos. ¿No era que apoyaban a la Sra. K para “defender la democracia”?
Y después dicen que es el otro el que “no está preparado” para gobernar.
Después del fiasco que hicieron en Washington, ¿qué tan preparados están los cavernícolas ilustrados? Llamar a la violencia insurgente contra un Estado constitucional está más cerca de un delito que de un derecho. Y si no lo llaman terrorista a usted, señor Barnechea, es porque en una sociedad racista y discriminadora como la nuestra, usted goza del “privilegio del blanco”. Por cosas menores se ha detenido, procesado, encarcelado y asesinado a líderes indígenas, campesinos y líderes sindicales. A ellos se les acusa rutinariamente de “terroristas” por hacer respetar sus derechos. ¿Y qué le hace sentirse con derecho a tratar al jefe del Comando Conjunto de la Fuerzas Armadas como si fuera su pongo, su criado, el instrumento de su deseo de promover una insurrección en que, bien sabe, puede correr sangre?
Un llamado idéntico a desconocer las instituciones y los resultados electorales al grito de “fraude” lo hizo Trump en Estados Unidos, con un saldo de cinco muertos y cientos de procesados: sus propios simpatizantes. Porque eso hizo Trump: llamar a la insurgencia y luego lavarse las manos. Más cerca de casa, ¿en qué se diferencia, señores golpistas, su discurso subversivo de la institucionalidad de la lógica terrorista? ¿No era acaso el objetivo de Sendero Luminoso destruir las instituciones, empezando por las instituciones electorales? ¿No empezó su insurgencia terrorista, literalmente, petardeando las ánforas electorales, allí donde por primera vez iban a votar los peruanos más pobres, incluso iletrados, los que por primera vez adquirían el derecho al sufragio? ¿Hacen algo muy distinto hoy los abogados de Keiko Fujimori que ustedes aplauden, en su empeño de anular los votos de las peruanas y peruanos más pobres de las zonas rurales, solo porque no votaron como a ustedes les hubiera gustado?
La República Aristocrática terminó hace tiempo, el gamonalismo ya fue. El caudillismo de las guerras y revoluciones perpetuas es cosa del siglo XIX. La blancura, el dinero, los conocimientos letrados, los apellidos rimbombantes no le confieren a nadie el derecho de mandar.
¡Párenla ya! El país no da más. La incertidumbre en la que los golpistas y malos perdedores sumen al país está teniendo un costo muy alto en la salud psíquica, física y económica de las peruanas y peruanos que aún procesan la pérdida de sus casi 200,000 amigos y familiares fallecidos en la pandemia.
Acepten los resultados de un proceso electoral limpio y reconocido como legítimo y transparente por todos los observadores internacionales y nacionales. Asuman su duelo. Entiendan que no son los dueños del país ni el centro de nada. Acepten que su miedo no es al comunismo sino a la democracia. Porque la democracia, en el sentido más básico, es la alternancia en el poder y la expresión de la voluntad popular a través del sufragio. Ambas cosas se han dado de manera pacífica y transparente en este proceso electoral, expresando mayoritariamente una voluntad de cambio. El que esa voluntad contradiga su deseo no es razón para buscar alterarla por la fuerza, ni la de los cuarteles ni la de las leguleyadas, ni la del extremismo físico o verbal. Después de doscientos años, ¿no creen que nos merecemos un cambio y un poco de paz?
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