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Opinión

El indignante “vacunagate”

“Conversemos con nuestras familias, con nuestras hijas e hijos sobre lo ocurrido, no para regodearnos en el relato del mal, sino para discernir con justicia qué es aquello que nos indigna y por qué los actos del ‘vacunagate’ son inmorales”.

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Pilar Mazzetti y Germán Málaga, involucrados en caso Vacunagate. Foto: La República

Por Gonzalo Falla Carrillo, psicólogo social

El hecho pomposamente denominado “vacunagate” ha desatado una extendida indignación, pero ¿qué es lo que exactamente indigna a cada persona? Precisemos, sin duda el hecho es objetivamente censurable: por las motivaciones de los protagonistas principales para abusar de sus privilegios y por los oscuros intereses que habría detrás de este escándalo (como el intenso lobby a favor de la privatización de la compra de las vacunas). Estamos ante actos indefendibles y que cada implicado ha intentado justificar de maneras cada una peor que la otra.

Pero a mí me deja pensando otra cosa, el tema de la indignación ciudadana. O la indignación, a secas. En el país donde los muertos (oficiales y reales) se cuentan por cientos, no es de extrañar que la gente ande indignada y que esta indignación se actualice ante el privilegio, ante la señal de que no todos se están mojando en esta terrible tormenta. Pero ¿indigna por sentido de justicia o por envidia? La diferencia podría parecer banal, pero no lo es.

Desde que muchas personas creyeron los mitos del emprendedurismo y la autoafirmación, la indignación se considera algo que debe ser expulsado porque es de quejosos perdedores. Hay muchísimos casos de privilegio, pero no todos desatan la indignación: se ha normalizado la existencia de distintos niveles de ciudadanía y mientras alguien no sienta que le afecta directamente, no reacciona. Pero ante el Covid-19, flagelo universal que afecta a todos y la vacuna, vista como la solución para regresar a la vida previa, informarse de su injusta aplicación, no puede dejar de encolerizar.

De la envidia a la justicia puede haber un hilo conductor, no necesariamente lineal pero recorrido siempre por los sentimientos: la ya mencionada indignación, la frustración, la ira. La envidia supone que hay otro que está disfrutando de algo que yo no y que ese disfrute tiene lugar a costa de mi falta de disfrute, incluso de mi sufrimiento. Abundan los casos en que esa vivencia ha sido exacerbada y explotada con fines políticos, a favor o en contra de un grupo o de una causa. No estamos por esa labor de moralina, al margen de las acciones de condena política y legal de este caso en particular. Porque más allá de la indignación, no podemos empantanarnos en ella para terminar en el lugar del cinismo y el nihilismo: “todo es una porquería”, “nunca va a cambiar nada”. Esa indignación que se hace espectáculo para que nada cambie.

La indignación puede ser un primer paso para otra cosa: el esfuerzo de pensar y conversar sobre el carácter moral de lo ocurrido. Conversemos con nuestras familias, con nuestras hijas e hijos sobre lo ocurrido, no para regodearnos en el relato del mal, sino para discernir con justicia qué es aquello que nos indigna y por qué los actos del “vacunagate” son inmorales. Algunas de esas preguntas podrían ser: ¿por qué estas personas hicieron lo que hicieron?, ¿qué debieron haber hecho?, ¿qué grado de responsabilidad tienen cada uno? ¿Sus actos cometidos podrían ser defendidos racionalmente sin sentir vergüenza?

Hagamos el esfuerzo por construir un sentido de la justicia que surja de nuestras preguntas y reflexión crítica para que el egoísmo de unos cuantos no nos haga perder la perspectiva: la vacunación será la condición necesaria para reencontrarnos y volver a confiar en el otro.

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