El verdadero grupo de prospectiva al que el Presidente le hace caso no es al de epidemiólogos que comanda el ministro de Salud Víctor Zamora, sino aquel otro que preside diligentemente su asesor de imagen, el argentino Max Aguiar.
Entusiasmado por los resultados que las encuestas le vienen brindando, Vizcarra sigue obsesionado por lograr mantener tasas muy altas de aprobación, encontrando enemigos a disposición contra los cuales confrontar.
Ensayó primero atribuyéndole la responsabilidad a los ciudadanos de a pie por su incumplimiento de la cuarentena. Con la complicidad de los medios de comunicación televisivos tuvo eco en esa narrativa. Luego amagó un nuevo conflicto con el Congreso, pero felizmente muy rápido se dio cuenta de que ese cuento no se lo iba a comer ya nadie, que una cosa era enfrentar legítimamente a un Congreso desprestigiado como el anterior e imbuido de una clara opción de sabotaje y otra hacerlo con un Legislativo también con altos niveles de aprobación y encaramado, además, sobre un tema como el de las AFP coincidente con el sentir mayoritario.
Ahora parece haber hallado su bolsa de arena en el sector privado. Aprovechando evidentes torpezas del empresariado local (la última de ellas, la estridente carta abierta de la Confiep), Vizcarra sabe que navega con viento a favor si golpea a un sector empresarial sumamente desprestigiado a raíz del escándalo Lava Jato y del Club de la Construcción.
En el tema de las clínicas claro que cabe poner en entredicho el desbocado afán de lucro de algunos establecimientos privados, incapaces de entender que en una situación de emergencia nacional, los cánones habituales de utilidades y ganancias pueden y deben ser subordinados a la necesidad nacional, pero debería escandalizar mucho más el calamitoso estado de la salud pública del que el responsable es el gobierno.
En efecto, llama a escándalo que el 40% de los pacientes UCI del Estado se mueran, en comparación con el 2.5% del sector privado. Y eso es responsabilidad directa del régimen. Hay, sin duda, razones históricas que explican el pobrísimo nivel sanitario, pero este gobierno tiene poco que exhibir al respecto a pesar de tener ya casi dos años y medio en el ejercicio del cargo. Hay un problema estructural, pero también hay uno, y muy grave, de gestión, achacable solo a Palacio.
Cuando la obsesión por la popularidad se superpone al del real desempeño administrativo, lo que sucede es que se vive en medio de una profunda impostura, se despliega una patología del poder. Los magros resultados reales son disimulados por fuegos artificiales y psicosociales improductivos, que a la postre dejarán a la vista un páramo.
Una cosa era esmerarse por mantener tasas altas de aprobación y así obtener el capital político suficiente para enfrentarse al irracional fujiaprismo y otra hacerlo por regalado gusto, en circunstancias en las que se precisa más bien gastar ese capital acumulado.
La medianía del Presidente no tiene remedio. El poder no le ha servido para un upgrade personal. En esa medida, resulta lamentable que dedique el mayor porcentaje de sus energías políticas no a gestionar mejor la terrible crisis que le tocó en suerte sino a mantener los dígitos de la vaporosa aprobación que exhibe.
-La del estribo: mi sentido homenaje a Don Arturo Salazar Larraín, quien nos ha dejado esta semana, a los 94 años. No solo un gran periodista sino, sobre todo, una persona con don de gentes, ese valor tan menoscabado en estos días turbulentos. La profesión periodística está de luto.