Eliana Ortega es una sacadora de piojos profesional que entiende que la discreción en su profesión es lo más importante, algo que no todos los medios que la quieren entrevistar parecen entender. “Los periodistas que me piden verme en acción sacando piojos no entienden: la gente (infestada) no quiere ni que su familia se entere, mucho menos el público”, comenta la migrante ecuatoriana de 36 años a Telemundo.
La gente de clase alta, que es la que suele solicitar sus servicios, valora que su privacidad esté a salvo con Eliana, quien ha trabajado con empresarios, modelos y actrices, gente “de mucho prestigio que ves en la televisión” que suele agendar bajo seudónimos para que nadie se entere de su malestar.
“Una vez le saqué piojos a una hija de un expresidente de Estados Unidos y a sus nietas”, cuenta. “Ocho años atrás me habría desmayado, pero (los traté) normal, como a cualquier cliente, con respeto y educación. No les hice notar que estaba asombrada; más bien me puse en la posición de experta. Ellos me contrataron por una razón y, mientras estoy sacando piojos, yo soy la que manda. Puede ser la hija del presidente o quien sea”.
Ella no solo se dedica a sacar piojos de manera profesional, sino que ha fundado su propia empresa, Larger Than Lice (Más Grande que los Piojos), que ya ha curado a más de 10.000 familias neoyorquinas, una cifra de la cual se siente orgullosa.
Sin embargo, lo sueños de Ortega comenzaron como los de muchos migrantes que dejan atrás su país natal para encontrar un futuro mejor. En 2014, como madre soltera, tomó sus ahorros y se fue para Nueva York. Por meses tuvo que vivir en un estudio de una sola cama y sin cocina, sosteniéndose con un inglés básico y hasta tres empleos al mismo tiempo, a veces como mesera, otras como personal de limpieza, repartidora de volantes, repartidora de pizzas, etcétera.
Finalmente, en el invierno del 2015, alguien le ofreció 25 dólares por hora de trabajo: una compañía de tratamientos contra piojos que buscaba empleados desesperadamente, pues la carga laboral sobrepasaba su capacidad.
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“Me pareció algo curioso al principio, porque jamás había escuchado que sacar piojos era un trabajo. Cuando niña en Ecuador, era mi mamá quien me los quitaba”, recuerda. El salario la animó a decidirse. “Se me abrieron los ojos y dije: ‘Empiezo ya. Ahorita’”.
Poco a poco, Ortega fue conociendo los interiores de algunos de los departamentos más exclusivos de la ciudad. Pese a que inicialmente todo lo que podía sentir era miedo, progresivamente fue ganando más y más seguridad sobre su trabajo.
Tras dos meses en la compañía, renunció y se fue a estudiar un curso profesional de tratamientos contra piojos en Florida. Regresó a Nueva York y fundó su empresa, con la cual no le ha faltado trabajo desde entonces.
“Emprender un negocio en un país que no es tuyo nunca ha sido fácil y yo tuve que aprender a las malas, a base de prueba y error”, dice. “A través de mi historia y mi academia, quiero demostrar que los latinos tenemos la sangre, el ñeque (coraje) y todo lo que se necesita para triunfar”, concluyó.