Por mucho que hayan exagerado los adversarios electorales de Perú Libre, el señalamiento de que enrumbaría al país hacia un esquema estatista autoritario tenía una base cierta. Y pública. Sus representantes no escatimaron palabras de elogio a la experiencia iniciada por Hugo Chávez en Venezuela. La afirmación aplica al posible candidato electo, Pedro Castillo, al presidente del partido, Vladimir Cerrón, e incluso a sus aliados de Juntos por el Perú (JPP), aunque la candidata de esta coalición, Verónika Mendoza, marcó distancias del chavismo en la primera vuelta.
Sin embargo, el Perú no podría convertirse en un país bolivariano de la noche a la mañana. Es un proceso, como bien lo dijo desde prisión un aliado del ganador, Antauro Humala, sentenciado por asesinar policías, quien espera obtener su libertad a través de un indulto presidencial. Además, hay una diferencia importante entre la situación que hoy encumbra a Castillo y las coyunturas que iniciaron el cambio en otros países. En Venezuela, Ecuador y Bolivia, los presidentes electos Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales ofrecieron cambiar la Constitución durante la campaña. Esto es lo común. Luego, aprovechando un gran respaldo popular, torcieron mecanismos constitucionales para romper el equilibrio de poderes. De este respaldo carece, al menos por el momento, Pedro Castillo.
Otra diferencia es que en ninguno de los países bolivarianos existía la crisis que Castillo está obligado a resolver aquí: pandemia, recrudecimiento de la pobreza, desempleo e inseguridad. Son urgencias de acción impostergable. Esto lo obligará a buscar soluciones cuyos primeros resultados deben apreciarse en el corto plazo, bajo el riesgo, en caso contrario, de precipitarse en una pendiente de desaprobación. Por otro lado, la militancia de Perú Libre estará atenta a cualquier desviación del plan maximalista. Aunque en la segunda vuelta confluyeron a su favor más sectores, incluso independientes, las bases radicales plantean sus exigencias en movilizaciones cuya medida de fuerza mínima es la toma de carreteras. En la huelga magisterial del 2017 pretendieron tomar aeropuertos.
Este panorama dificulta a Castillo, de momento, convocar a grandes manifestaciones para cambiar la Constitución. Su primera tarea será buscar un equipo técnico del que carece y hacerse de un plan de gobierno que jamás elaboró. La elección del hombre o mujer que sea primer ministro es la medida inmediata más importante.
Aunque siempre hay nombres y voluntarios, el margen de maniobra para elegir un primer ministro está limitado precisamente por el radicalismo de la militancia. La elección de alguien de centro izquierda suscitaría desconfianza en este sector, como ya ocurrió con la designación de tecnócratas para la campaña. Lo más probable es que Castillo y Cerrón se pongan de acuerdo sobre el punto.
El candidato intentó separar su imagen de la del presidente del partido, incluso mediante expresiones tajantes, ¿pero quién pondría las manos al fuego por la franqueza del profesor? Ya vimos, como en esta columna se adelantó, que Castillo le confió a Cerrón la campaña en Lima. Son aliados. En todo caso, no parece razonable que comience su gobierno peleándose con su mentor, por mucho que lo deseen círculos adeptos en Juntos por el Perú, en Nuevo Perú y en el periodismo.
No bastaría, sin embargo, con elegir a un izquierdista como primer ministro. Si es cerrado e inepto solo creará problemas. El mejor candidato que Castillo tiene a la mano es el empresario Salomón Lerner, ex primer ministro de Ollanta Humala y director del medio digital Otra Mirada. En 2011 él no pudo culminar sus negociaciones para llevar adelante el proyecto Conga por interferencias dentro del propio gobierno.
Ayer, en una columna en Otra Mirada, Lerner escribió: “El Bicentenario nos obliga a muchas conciliaciones, sin triunfadores ni vencidos, con la frente muy en alto, todos a ser ciudadanos de primera”. Alguien de su tipo sería una solución si desea implementar respuestas inmediatas a la crisis, obtener apoyo de la oposición a sus medidas y evitar una desestabilización financiera, dejando el debate abierto para nuevas modalidades de inversión. Claro que también existe la posibilidad de que Castillo prefiera desechar a quienes personifican la famosa Hoja de Ruta que suscribió Humala –inicialmente termocéfalo– para conquistar el apoyo de sectores del centro y ganar la elección.
Peor aún, es posible que Castillo opte por un primer ministro de confrontación para abrir el camino de una vez al cambio constitucional. Para esta opción, con un asesor conveniente, Castillo necesita fabricar rápidamente enemigos del pueblo, por ejemplo a la mayoría del Congreso. El estilo lo practicó muy bien su antecesor Martín Vizcarra, quien fue entusiasta adherente a su candidatura, junto con su mantenido Richard Swing. Sin embargo, el camino de la confrontación estará sembrado de peligros para Pedro Castillo.
Para comenzar, la galería de enemigos del pueblo necesita una renovación, y Keiko Fujimori, los jueces corruptos y los empresarios coimeros habrán pasado de moda. Habrá una fiscalización minuciosa de las personas que la nueva administración nombre como funcionarios públicos. Diera la impresión de que veremos una oposición diferente a la de los últimos cinco años. Entre la mayoría de partidos con representación en el Congreso hubo una alianza manifiesta para apoyar a Fuerza Popular, que probablemente hará frente común cuando Perú Libre intente apartarse del libreto constitucional. Y falta ver lo que ocurrirá dentro del partido ganador, que podría ser una fuente de nuevos insatisfechos.
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