La semana pasada, Mariana Alegre estaba en Santiago, en un evento sobre justicia climática, cuando se enteró de que la Municipalidad de Miraflores había restringido los pícnics de más de 15 personas en el distrito. Ella alentó desde sus redes la convocatoria a un pícnic masivo de protesta en el malecón y, aunque no pudo regresar a tiempo a Lima para tomar parte en él, al día siguiente, el domingo, organizó su propio pícnic, con familiares y amigos, en un parque cerca de su casa, donde su hijo y sus amiguitos habían sido retirados por los serenos semanas atrás por jugar demasiado fútbol.
En esta entrevista, la especialista en espacio público y directora de Lima Cómo Vamos reflexiona sobre la “desobediencia urbana”, que surge como respuesta ante autoridades que restringen libertades con la vieja excusa de “mantener el orden”.
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El Perú es un país convulso en el que las protestas son el pan de cada día, pero yo no recuerdo una acción parecida a la del pasado fin de semana, con ciudadanos tomando los parques en defensa del espacio público.
(Piensa) En el pasado ha habido acciones que reivindicaban el derecho a la ciudad, vinculadas, por ejemplo, al derecho a la vivienda... Sin embargo, es verdad que, a partir de una mejoría en la economía del país y a que un sector de la gente deja de preocuparse por cuestiones como la casa, el alimento y el agua, empieza a preocuparse por otros elementos vinculados a su calidad de vida: la calidad del aire, la calidad del transporte, etc.
¿Está surgiendo en los limeños una con[1]ciencia ciudadana sobre la necesidad de defender el espacio público?
Desde una mirada de ciudad más contemporánea, sí hay una conciencia mayor sobre lo que significa vivir en la ciudad y qué derechos tenemos. El debate sobre el transporte público, por ejemplo, hace 10 o 15 años no ocurría. Lo mismo pasaba con la bicicleta o la idea del espacio público, no eran temas de interés común.
Antes del pícnic masivo, se hablaba en redes de “desobediencia civil”, de “tomar los parques”. El alcalde de Miraflores dijo que este lenguaje demostraba que detrás de esta acción estaba la “izquierda radical”.
Cualquier acción afirmativa de derechos asusta al status quo. Cuando con Ocupa tu calle colocábamos parklets sobre los parqueos, los con[1]ductores se quejaban y llamaban a los alcaldes. Entonces, sí, se trata de incomodar, a propósito. Para generar el reconocimiento de dónde viene este malestar y, luego, identificar el problema. Cuando yo hablo de la desobediencia urbana, la interpreto de dos maneras. Está la desobediencia urbana espontánea y casi sin conciencia, que es la del ciudadano que no usa el puente peatonal, sino que camina por debajo.
Y está el desobediente urbano que lo hace por convicción, que quiere llamar la atención, como la chica que puso cinta con mensajes en los autos que estaban mal parqueados. Nosotros (Lima Cómo Vamos) cambiábamos los letreros de “Prohibido pisar el césped” por letreros de “Permitido sentarse”. Si incomoda al alcalde, a las autoridades, me parece fantástico, porque de eso se trata. Y también a las personas que están acostumbradas a que los niños no jueguen en el jardín, a que no hagan bulla.
¿Incomodar es la forma de disputar estos espacios?
Sí. Obviamente, las acciones que promovemos no son cometer delitos. No hablamos de ir a destruir los parques, como dicen. Provocamos justamente lo contrario, al usarlo, al quererlo, hay una sensación de pertenencia y vas a generar cuidado. Y entendiendo la idea de que la ciudad es un bien público, un bien colectivo. Uno de los argumentos que ellos usan es decir que estás usando el espacio público exclusivamente para ti. Yo me pregunto: ¿entonces, todos los autos que usan el espacio público exclusivamente para ellos por 10 o 12 horas al día? A ellos no les estamos cuestionando por el uso del espacio público de forma exclusiva y excluyente, mientras que sí se lo cuestionamos a un grupo de chicos que está haciendo yoga o a una familia que está celebrando un cumpleaños infantil. Hay límites, por supuesto.
¿Un gobierno municipal, en este caso el de Miraflores, puede impedir que ciudadanos y ciudadanas, en grupos de 10, 15 o 20, hagan pícnics o se reúnan a disfrutar de una tarde en uno de sus parques o malecones?
No, porque eso atenta contra el derecho a la reunión que tenemos según la Constitución, salvo que estemos en un estado de emergencia.
El alcalde dice que se busca evitar que se beba alcohol o que se haga demasiado ruido en estos lugares
Eso está perfecto. Hay una ordenanza que dice que los perros tienen que andar con cadena y que no se puede beber licor en la vía pública. Son reglas absolutamente plausibles de ser establecidas y fiscalizadas. El problema está en que las medidas que ahora se buscan disfrazar de orden y control no buscan hacerlo para promover un mejor uso del espacio público, sino que tienen la vocación de restringir y prohibir.
¿Se te ocurre alguna ciudad ya no de Europa, sino de Sudamérica, donde se prohíba a los vecinos hacer actividades recreativas en sus parques?
De Sudamérica... no, ninguna. Acabo de estar en Caracas que, por el enorme problema de inseguridad que hay, es una ciudad donde se usa poco el espacio público. Cuando fuimos a caminar por espacios vinculados al Gobierno, estaban resguardados por militares y los militares no nos dejaron tomar fotos. Vimos a una pareja haciendo un pícnic y una compañera me dijo que en cualquier momento les iban a pedir que se vayan. Porque ese tipo de prohibiciones son más cercanas a modelos autoritarios, sean de donde sea…
Donde el orden prima sobre cualquier otro interés...
Y, además, es el orden desde la perspectiva más ideológica, si quieres. “No quiero revoltosos, quiero controlar mis masas”. Pero también está el orden en el que casi casi las autoridades se declaran incapaces de poder gestionar y, por lo tanto, prefieren prohibir.
¿Lo que pasa en Miraflores tiene que ver con este problema de incapacidad o es más ideológico?
Yo creo que es principalmente un tema ideológico y conservador, que, a su vez, va de la mano con esta lógica de “su uso no me interesa, salvo que se haga en mis términos, y mis términos son restrictivos, pero esto del uso libre me pone nervioso, no sé qué puede pasar”. Y, claro, hablo entonces de “orden” y “control”, que es el discurso clásico de los modelos más conservadores para recortar derechos civiles.
Mariana Alegre es directora de Lima Cómo Vamos, institución que busca promover la calidad de vida urbana en las ciudades del Perú. Foto: La República/John Reyes
Y que expresa la visión de una gran parte de la sociedad limeña.
Sí, a ver, tenemos un montón de alcaldes de línea conservadora que han sido elegidos por personas que o bien son conservadoras por naturaleza o que votaron por ellas en respuesta al miedo mayor que tienen por la izquierda, el comunismo o el proyecto encarnado por (Pedro) Castillo. Hay vecinos y vecinas a los que les molesta, en realidad, no es la basura que se genera, sino quién genera esa basura; no la comida que se come, sino quién come esa comida. Y allí es donde entran a tallar las taras que tenemos como sociedad, como el clasismo, la discriminación, el racismo y ahora la xenofobia.
En tu perfil de Twitter dices que “caminar es un acto político”.
Absolutamente. En una ciudad como esta, con mayor razón, donde el auto tiene ciertamente preeminencia y que no va a parar por ti. Yo cruzo como Superman, con la mano al frente, metemos la bicicleta o lo que fuera que tengamos para evitarlo. Caminar es peligroso.
¿Cómo te mueves por la ciudad?
Ahora que estoy en tratamiento me muevo bien poquito. Pero usualmente me muevo en bicicleta, caminando, en transporte público, también uso taxi y si salgo fuera de Lima, uso auto, pero yo no manejo. Mi principal modo de transporte es la bicicleta, y acabo de recibir el permiso para volver a montar bicicleta hace dos días y estoy tan feliz. Hace casi un año que no montaba bicicleta.
El año pasado hablaste públicamente de tu enfermedad y desde entonces les vas contando a tus seguidores de los avances de tu tratamiento. ¿Cuál es el mensaje más importante que has querido compartir con ellos?
Tengo dos. Uno más activista, desde lo colectivo. Hay enfermedades como el cáncer, como la hipertensión, problemas respiratorios, del corazón, que se generan por el entorno urbano en el que estamos viviendo. Es claro el vínculo entre el alzhéimer y la contaminación del aire. Entonces, tenemos que entender que cuando pedimos más espacios públicos, movilidad sostenible, etc., estamos pidiendo una ciudad más saludable. Una ciudad que invite a las personas a vivir bien, a que sus niveles de estrés se reduzcan, a que tengas oportunidades de hacer deporte, a que la vida no sea solo trabajar y luego resolverte individualmente, sino que puedas compartir con lo colectivo.
Y lo otro, que es un mensaje mucho más personal. Yo escuchaba mis audios de WhatsApp en velocidad 1,5 o 2, así, todo acelerado porque hacía 80 cosas a la vez. Y ahora he aprendido a ir más pausado. Me cuesta porque no sé hacerlo bien. Entonces, toca desaprender porque, claro, uno no tiene que ser multitasking. Uno tiene que cuidarse porque si quiere hacer cambios para uno mismo y para los demás, tiene que estar bien.
¿Qué cosas cambiaron en tu vida tras el diagnóstico?
Bueno, la velocidad. Ahora tengo que empezar mis días más tranquila. Ya no me levanto, hago un desayuno rápido y salgo corriendo. Ahora voy más pausada. He aprendido a priorizar cosas mías, intereses más propios. Aprendí a ver tele (risas) porque yo nunca veía tele. Y también... suena bien cliché eso de “aprovechar el momento” y tal, pero cuando finalmente sí enfrentas el reloj que suena, pucha, tú dices: “Carajo, sí tengo que aprovechar el momento”. Desde cositas chiquitas con los niños hasta las cosas más domésticas. Como aprender a leer y a escuchar con atención.