La edad de la fragilidad
La escritora Lucero de Vivanco presenta Agua, novela de autoficción en la que una niña, inmersa en la natación competitiva, nos devela la otra cara del deporte: los entrenamientos extenuantes, la presión de los padres y la soledad.
Mi camino está trazado desde el primer verano en el que recibo oficialmente lecciones de natación […] Lo que no sé es si realmente brota en mí ese deseo [de entrenar hasta que duela]. Porque cuando pienso en ello, no recuerdo haber tenido la oportunidad de elegir”.
Con estas palabras, la niña -el personaje sin nombre de Agua (Cocodrilo ediciones), la novela de Lucero de Vivanco- describe lo que vivía en privado cuando empezó a hacerse una carrera en el mundo de la natación competitiva. Su padre, apoyado por su madre, la introdujo en la disciplina a los tres años. La niña tenía una hermana mayor que había sido campeona nacional de natación, ella era la última de ocho hermanos, y sus progenitores ya le habían trazado su destino desde chiquita: ser la próxima nadadora que enorgulleciera a la familia. Pero, como se desprende de su monólogo, ella no tuvo la oportunidad de elegir.
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A lo largo de la novela -que ha sido presentada en Lima (la autora radica actualmente en Chile)-, acompañamos a la niña en sus exigentes entrenamientos que empiezan en la madrugada, y se repiten en las noches; somos cómplices de su pena cuando le cortan el pelo, de sus quejas por no poder ir a fiestas en la adolescencia, de su soledad. “¿En verdad quiero esto para mí?”, se preguntará en algún momento.
Al igual que su protagonista, la escritora Lucero de Vivanco también empezó a nadar desde la infancia, y tuvo unos padres así de demandantes. De hecho, Agua es un relato de autoficción y se nutre de episodios de su vida, pero no es un calco de su biografía. “Es una novela que no se puede cotejar con la realidad porque está llena de licencias. Parte de mis memorias, pero, donde no me acuerdo, invento, transformo, cambio”.
La novela, dice la autora, quien también es docente de la Universidad Alberto Hurtado de Chile, contrapone las dos caras de lo que significa construir una carrera en una disciplina deportiva: “Voy a hablar del cuerpo de esta niña, de cómo es exigido para que rinda, dé frutos, para que sea útil. En un polo está lo público: lo heroico y épico de lo deportivo; en el otro lado, está el privado, lo silenciado, lo dramático de sostener ese tipo de vida”.
Sin duda, la infancia, la etapa de vida más explorada en la novela, define lo que seremos de adultos, añade De Vivanco: “Te deja marcas, formas de ser y de relacionarte, estructura tu personalidad, y uno va abriéndose por la vida tratando de gestionar y resolver esos patrones”. Crecer en una familia como la de Agua, donde competir, resistir y ganar es una forma de vida, y donde los niños cargan pesadas mochilas repletas de las exigencias de los padres definitivamente deja huella: “Creo que cuando uno tiene personas cercanas que tienen grandes expectativas sobre ti, haces todo lo posible para cumplir. Así fue mi infancia y juventud, y ya de grande fui consciente de ello y ahora lo gestiono […] ya no es una ola que me arrastra”.
A medida que se avanza en la lectura, va emergiendo, como del fondo de una piscina oscura, el abuso vivido por la protagonista de parte de uno de los miembros de la familia, situación que la autora también vivió: “Yo no creo que mi novela debiera juzgarse por su
exactitud frente a la realidad, pero te puedo confesar que sí, que viví algunas situaciones que no debí haber vivido […] Mi novela puede hacer eco en esas personas que han pasado situaciones similares de abuso de niños para que sientan algún tipo de acompañamiento”.
La autora enfatiza que Agua no es una catarsis, y que ha recurrido a su propia historia, pero no de forma gratuita: “Creo que mi novela no se cierra en mi persona, expone situaciones de vida, relaciones intra y extrafamiliares, conductas que dan para reflexionar más allá
del personaje o de mi vida. ¿Qué pasa con los niños frente a la exigencia deportiva? Son ellos los más vulnerables y vulnerados”.