Mientras un porcentaje de la masa pudiente y clasemediera calma sus ansias de libertad cumpliendo retos y preparándose pankekes de avena, Isabel Cortez ha permanecido en su casa apenas cuatro días desde que se dictó la cuarentena. Cualquiera diría que es una afortunada. Pero no. Esta mujer de cincuenta años ha salido a trabajar. Ha continuado con las labores que la ocupan seis veces por semana desde hace dieciséis años: limpiar la ciudad.
Una ciudad en la que por estos días se respira un aire más puro, se puede caminar por las pistas, y los animales empiezan a adueñarse de los sitios que alguna vez fueron suyos. Una ciudad donde se escucha más a la naturaleza que a los cláxones de los coches. Una ciudad menos sucia, sí, pero más peligrosa para quienes siguen caminándola.
Hace tres años, barriendo por el Jirón de la Unión, Isabel Cortez se pinchó un dedo con una aguja para tatuar. Vivió atormentada durante varios meses pensando que podía haberse contagiado del VIH. En el 2008, se salvó de morir atropellada en el bypass de la plaza Dos de Mayo después de que una cúster chocara su basurero. Y hace algunos años una de sus compañeras murió, producto del fuego cruzado entre unos asaltantes y los agentes de seguridad de un cambista. Como no se cansa de repetir, el suyo es un trabajo de alto riesgo.
Pero hoy lo es más. Hoy el enemigo puede estar en una baranda, una pared o una bolsa de basura. Hoy el enemigo es invisible.
“En un inicio pensé quedarme en casa. Pero tengo dos hijos a los que le dijeron en sus trabajos que debían hacer cuarentena. Si mis hijos no trabajan y yo tampoco, ¿de qué vamos a vivir? ¿Qué vamos a comer?”, me dice Isabel por teléfono. Y uno se siente un poco cobarde (y bastante privilegiado) desde el otro lado.
Así que salió al día siguiente, como todos los lunes, luego del mensaje del presidente Vizcarra, con sus guantes de cuero, sus botines y su mascarilla de tela. Con el incremento de los casos y el reclamo de Sitobur —el sindicato que agrupa a 530 trabajadores de limpieza pública de la empresa Innova Ambiental donde ella es una dirigente activa—, a partir de la segunda semana las dotaron de lo mínimo indispensable: mascarilla quirúrgica, alcohol en gel, papel higiénico, diez soles diarios para sus pasajes, y una reducción de dos horas en su horario habitual.
Aun así, el temor se mantiene. Algunos de sus compañeros fueron llevados al Seguro como medida de precaución por presentar algunos síntomas del Covid-19. Y como se supo el jueves, un trabajador de limpieza de la empresa ESLIMP Callao falleció a causa de coronavirus. Pero ella, como el grueso de sus compañeros, no puede parar.
“Brindamos un servicio esencial como los médicos y las enfermeras. Un día que no se recoge la basura es un día donde pueden producirse infecciones”, dice esta oxapampina que soñaba con ser aeromoza.
Uno de sus sueños estuvo a punto de materializarse en enero de este año, cuando postuló al Congreso con el número 20 por el partido de Juntos por el Perú. Fue la quinta candidata más votada de su partido con 24 mil 400 votos. Pero no pudo obtener un curul debido a que no pasaron la valla.
Su campaña fue austera pero honesta. Y le valió la simpatía de muchos sectores de la población. Dice Isabel que un inicio le causaba pavor por los prejuicios que pudiera desatar su postulación. Pero más pudo su hartazgo con los alcaldes que asumen sus cargos con empresas bajo el brazo y lanzan licitaciones con nombre y apellido.
No exigimos favores sino derechos, aclara Isabel Cortez, quien siempre será recordada por haber librado una batalla legal con el entonces alcalde de Lima, Luis Castañeda Lossio, para que el municipio reconociera a los obreros de limpieza en planilla. Una sentencia judicial a su favor que el actual alcalde Jorge Muñoz aún no ha refrendado.
A raíz de la muerte de un trabajador en el Callao, Isabel Cortez le ha pedido al alcalde a través de sus redes sociales que también tomen en cuenta a su gremio en las pruebas de descarte del covid-19.
“Parece mentira, pero a partir de esta situación (pandemia), los vecinos han empezado a darse cuenta de que existimos y que somos importantes para la ciudad. Ahora hasta nos saludan. Se han sensibilizado”, agrega.
Los médicos, militares y policías no son los únicos uniformados que merecen aplausos a las ocho de la noche. Hay más héroes anónimos como ha quedado claro. Barrer la ciudad, sobre todo en las últimas semanas, es cosa de valientes. De gente que a diferencia de nosotros no puede parar.