Domingo

Las viudas de Saweto buscan justicia

Hace unos meses, un juez anuló la condena contra los asesinos de Edwin Chota y otros líderes de la comunidad de Saweto, en Ucayali. Hoy, nueve años después del macabro crimen, las viudas de esos cuatro mártires inician, por segunda vez, con amargura, el largo camino legal para encontrar justicia.

Ergilia Rengifo, Lita Rojas, Julia Pérez y Lina Ruiz, horas antes de presentarse como testigos en el juicio. Foto: Antonio Melgarejo/La República
Ergilia Rengifo, Lita Rojas, Julia Pérez y Lina Ruiz, horas antes de presentarse como testigos en el juicio. Foto: Antonio Melgarejo/La República

Era sábado 6 de setiembre de 2014. Caía la tarde en la comunidad nativa Alto Tamaya–Saweto. Julia Pérez regresaba de bañarse en la quebrada que riega su chacra, acompañada de su hijo de dos años y de su entenado de seis. Llevaba el cabello mojado y caminaba despacio, pues cargaba una barriga de siete meses de gestación. De pronto, una niña apareció a las carreras a cortarle el paso. Era la hija menor de su primo Jaime Arévalo.

–¡Tía! ¡A mi tío ya le han muerto! –dijo.

Julia dice que sintió un escalofrío, pero que como era una “huambrilla” no le hizo caso.

–Si hubiese sido un adulto, de repente me hubiese desmayado –dice.

Julia cuenta que se fue a cambiar y que al poco rato apareció su vecina Lita Rojas. Ella acababa de hablar con Arévalo, quien le contó que regresando de la comunidad de Apiwtza, en el lado brasileño de la frontera, se había topado en el camino con un escenario de horror.

Ergilia acaricia el retrato de su esposo, Jorge Ríos. Antonio Melgarejo/La República

Ergilia acaricia el retrato de su esposo, Jorge Ríos. Antonio Melgarejo/La República

Los esposos de Julia Pérez, de Lita Rojas y de otras dos vecinas de Saweto habían sido asesinados. Y sus cuerpos estaban desmembrados.

–¡Julia, ya han muerto a nuestros maridos! ¡Hoy sí no tenemos marido! –dijo Lita llorando.

Solo entonces Julia Pérez entendió que Edwin Chota, su compañero, el padre de sus dos hijos, el hombre que luchaba por defender los derechos de su comunidad, había muerto.

Hoy, Julia recuerda ese momento, uno de los más terribles de su vida, sentada bajo un viejo árbol, en la orilla de la laguna Yarinacocha.

Dentro de unas horas volverá a revivirlo en otro lugar: la sala judicial en la que se desarrolla el juicio contra los acusados del crimen de Chota y de los otros dirigentes de Saweto: Jorge Ríos, Francisco Pinedo y Leoncio Quintisima.

No será la único testigo de esta tarde. También estarán presentes Ergilia Rengifo, la viuda de Ríos, y Lita Rojas, la viuda de Quintisima. Todas ellas relatarán a los jueces lo que saben sobre el asesinato de sus esposos.

Pero, ahora, en esta mañana fresca, bajo este sol esplendoroso, las viudas de Saweto, acompañadas de Lina Ruiz, la hija mayor de Francisco Pinedo, rememoran lo que significó este suceso trágico en sus vidas. Y lo lejos que hoy parecen estar de alcanzar la justicia.

Plantón en respaldo a las viudas de Saweto, en el frontis del Poder Judicial de Ucayali. Foto: Antonio Melgarejo/La República

Plantón en respaldo a las viudas de Saweto, en el frontis del Poder Judicial de Ucayali. Foto: Antonio Melgarejo/La República

El dolor de la ausencia

De todas las cosas difíciles que vivió desde que hace nueve años mataron a su esposo, Lita Rojas recuerda, principalmente, ciertas noches.

Las noches en las que no había alimento en su casa y ella salía con el anzuelo a tratar de pescar algo en la quebrada, pero pasaban las horas y los peces no picaban y ella solo pensaba qué le iba a dar a los cuatro chicos que la esperaban con hambre. Y no podía evitar echarse a llorar.

Cuando mataron a su Leoncio, Lita se quedó sin el esposo que proveía de pescados a la canasta familiar. Quien trabajaba la chacra. Quien hacía la nueva casa cuando las maderas de la vieja se pudrían y había que cambiarlas. El padre cariñoso que engreía a sus hijos.

A Ergilia Rengifo le pasó lo mismo. Cuando mataron a Jorge Ríos, ella se quedó sola con nueve hijos, seis de ellos menores de edad, el último de un mes de nacido. Tuvo que irse a Pucallpa con los más pequeños a tratar de empezar de nuevo. Hoy sobrevive con el apoyo que le brindan algunas instituciones y sueña con volver a su comunidad. No lo hace por miedo. Porque allí están –dice– algunos de los asesinos.

Ergilia fue la última persona que vio con vida a Edwin Chota y a los otros dirigentes. Los acompañó hasta mitad de camino y mientras ella se regresaba en bote, el grupo emprendía la caminata hacia Apiwtza, donde iban a conversar con nativos brasileños sobre nuevas formas de proteger el bosque de los taladores ilegales.

Chota llevaba una década recibiendo amenazas de muerte por sus denuncias contra las actividades de los extractores de madera.

Por esa razón, cuando descansaban en un tambo, él y su grupo fueron atacados, a machetazos y balazos. Cuando Jaime Arévalo, quien se había adelantado a la reunión en Apiwtza, regresó a buscarlos, encontró cabellos, ropas y algunos miembros ensangrentados. Entre el salvajismo del ataque y la voracidad de los gallinazos, los restos estaban casi irreconocibles. Dos de los cuerpos nunca fueron encontrados.

Los líderes de Saweto fueron asesinados, en 2014, por extractores ilegales de madera. Foto: Antonio Melgarejo/La República

Los líderes de Saweto fueron asesinados, en 2014, por extractores ilegales de madera. Foto: Antonio Melgarejo/La República

Un juicio con obstáculos

Ya es de noche y las viudas de Saweto están en el edificio del Poder Judicial de Pucallpa, rindiendo sus testimonios ante el colegiado que sigue el caso. No es la primera vez que lo hacen.

El primer juicio oral contra los asesinos de Saweto concluyó en febrero de este año con una condena de 28 años de prisión. Sin embargo, en agosto, la Sala de Apelaciones anuló esa sentencia y ordenó un nuevo juicio oral.

Alberto Caraza, abogado de las viudas, dice que los jueces justificaron su decisión señalando que se había usado información de un testigo protegido que había sido excluido del juicio por un error formal: en el sobre lacrado que señalaba su identidad no se encontró el acta de identificación. Una negligencia de la Fiscalía.

Caraza dice que el nuevo juicio, que comenzó el 2 de noviembre, no se conduce en las mejores condiciones: por ejemplo, la jueza ha ordenado que las audiencias se lleven a cabo casi todos los días, lo que dificulta traer a tiempo a los testigos, muchos de los cuales viven a varios días de camino de la ciudad de Pucallpa.

Y, por si fuera poco, la fiscal del caso ha decidido no estar presente en las audiencias. A pesar de que su oficina se encuentra a una cuadra de distancia, ha preferido participar de manera virtual, desde la comodidad de su escritorio.

Por razones como estas, las viudas responden con amargura cuando se les pregunta si creen que esta vez encontrarán justicia.

–Ya estoy cansada –dice Julia Pérez–. Cansada. Son nueve años. Esa vez sí me sentía confiada, para 28 años, yo les decía a mis compañeras, ya vamos a ir a nuestra chacra, a nuestra casa, cuánto tiempo. ¡Y nos dicen que no hay nada! ¿Tú cómo te sentirías? De tantos años de lucha, para que nos den a truncar, no es así.

–Yo me siento triste –dice Ergilia Rengifo–. Voy a estar alegre cuando los hayan sancionado como debe ser. De repente, ahora también van a decir que no va a quedar nada. Siempre rogando al Señor que logremos algo. Porque tengo que hacer mi labranza, sembrar mi yuca, en Pucallpa todos los días gasto y gasto. Si los condenan, vamos a poder regresar.

–Yo lo único que siento es rabia –dice Lina Ruiz–. Yo quisiera que así como mi papá ha sufrido, que ellos se pudran en la cárcel. Por más que nosotros no tenemos el dinero, no vamos a descansar, vamos a seguir caminando y a seguir reclamando hasta que logremos justicia.