Un hombre solo. Un hombre de arrugas profusas mirando el horizonte, sentado al pie de su cabaña, abrazado por ese paisaje pleno de paz. Unos niños, sus rostros inyectados de adrenalina, galopando a caballo con fuerza titánica, en medio de la Pampa, gritando, quizás. Unos adolescentes trepando montañas, dirigiendo la recua, y el viento que barre el ichu y las nubes, a más de tres mil metros sobre el nivel del mar. Un clic.
“Son postales bendecidas por la luz de Ayacucho –dice el fotógrafo Antonio Martínez, autor de la muestra ‘Morochucos. Cabalgando en el tiempo’–. Cuando empecé a capturarlas no tenía claro lo que devendría, pero sí que ninguno de mis trabajos tendría a Lima como escenario porque ya se sabe que Lima no es el Perú".
Y él —que vio de cerca el horror, que transitó por redacciones a contrarreloj, agencias de publicidad y también por la docencia— terminó por azar en una tierra de combatientes milenarios que la historia llama morochucos: “Algo me llevó hasta Ayacucho. Había estado allí cuando el terrorismo, pero este trabajo es todo lo contrario: el desborde de una tradición indocumentada. Al final, uno hace lo que le sale de las entrañas”.
Hacer lo que le venía de las entrañas –inmortalizar escenas con su lente– le tomó tres años, y un viaje histórico por la vida de esos mestizos, descendientes de los conquistadores, que a mediados del siglo XVI se sublevaron contra el rey de España y los dirigidos por el visitador Cristóbal Vaca de Castro en la batalla de Chupas, cerca de Huamanga.
Los sobrevivientes huyeron de la represión y se asentaron en la Pampa de Cangallo, en ese paisaje de nubes y montañas soberbias que Antonio Martínez visitó con suma reverencia. Desde luego, esa es su filosofía: diluirse para mostrar. Condensarse entre el paisaje para evidenciar la destreza de estos jinetes legendarios, guerreros de ascendencia española con barba tupida y revuelta, que crearon una tradición y una raza de caballo encantadora —también llamada morochuco—, aunque desconocida para la mayoría de peruanos.
Son hombres cuyo máximo héroe es Basilio Auqui Huaytalla, cuyo papel fue determinante en el proceso de independencia, y murió fusilado, junto a su hijo y nietos, por el Ejército Realista. La muestra de Antonio Martínez, con la curaduría a cargo de Maricel Delgado, es fuerza y furor ancestral. En ella se presenta a caballos libres en el paisaje de la Pampa y las carreras que forman parte central de la vida del pueblo, una tradición transmitida de generación en generación.
Fietta Jarque, periodista y crítica de arte peruana, ha dicho que la exposición “contiene la vibración cercana de la caricia y el arrojo enloquecido del galope; el bello espectáculo del animal en libertad, en amplias llanuras y montañas”.
“Es increíble cómo un clic puede crear memoria”, se sorprende el fotógrafo, cuya muestra se extenderá durante todo marzo en el Centro Cultural de la Universidad del Pacífico. “Ha tenido una repercusión increíble —continúa—, me he reunido con familiares de algunos de los que aparecen en la obra y están alucinados; nunca antes se había documentado esto. La muestra no completa el mundo de los morochucos, es apenas un abrebocas”. Y ya se sabe, también, que todo banquete ingresa por los ojos.