Entre los cerros de lo que hoy conocemos como el distrito de El Agustino, se oculta un inmenso tesoro de oro y plata. Ricardo Palma, en su famoso libro 'Tradiciones peruanas', cuenta que entre los huancas, uno de sus curacas llamado Apu Alaya, era un hombre que tenía grandes riquezas, algunos indican que de una herencia familiar, otros de una gran mina que había descubierto. Lo cierto es que toda esta riqueza fue heredada a su hija, Catalia Huanca, una mujer noble de corazón.
Según la historiadora Roxanne Cheesman, Catalina iba de Huancayo a Lima siguiendo una ruta en específico que ha sido estudiada numerosas veces por diversas personas, quienes señalan que el tesoro de lingotes de oro estaría oculto entre los cerros de El Agustino.
Catalina Huanca habría sido ahijada de Francisco Pizarro. Foto: Killa Cuba
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A lo largo de la historia, muchas personas ya han ido a buscar el famoso tesoro y no han podido encontrarlo. Desde aficionados hasta personas que ostentaban cargos públicos grandes. Se dice que en 1931, Alejandro Barco, el ministro de Guerra del gobierno de Luis Miguel Sánchez Cerro, convenció al presidente a hacer una búsqueda del tesoro de Catalina Huanca en los cerros de El Agustino.
El motivo principal para la búsqueda era que si lo encontraban, iban a poder pagar las deudas necesarias para poder ganar la guerra que sostenían, en aquel momento, contra Ecuador.
Se dice que hubo gente que ha taladrado el cerro de El Agustino, lo que se le atribuye hoy en día que algunas casas, hoy en día, se esten colapsando. Y es que el cerro habría recibido tantos intentos de búsqueda que poco a poco se está derrumbando.
Nadie lo sabe, pues Catalina Huanca se llevó el secreto a la tumba. Por otro lado, según cuentan varios historiadores, al menos cinco personas han llevado el título de Catalina Huanca, pues durante la época esta mujer era muy famosa y reconocida, por lo que llevar su nombre era todo un honor.
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En San Jerónimo, Huancayo existe una leyenda popular basada en el tesoro de Catalina Huanca. Se dice que dentro de una iglesia, un cura quería recibir a sus invitados por todo lo grande, pero no tenía los recursos económicos para hacerlo, por lo que un campanero le dijo que sabía como ayudarlo. Lo llevaría a un lugar donde el oro y la plata abundace, pero con la condición de que se vendara los ojos.
Tras llegar a este lugar, el cura agarra un par de lingotes de oro y regresa a San Jerónimo. Se dice que a partir de ahí, el cura empezó a enfermar y a perder la cordura, mientras que el campanero desapareció. El cura le atribuyó el hecho a una acción del diablo. Finalmente, el cura murió diciendo que vió el tesoro de Catalina Huanca pero por obra del diablo.