Por extraño que parezca, puesto que Rafael Dumett es uno de los escritores peruanos más reconocidos hoy a nivel local e internacional, el Premio Nacional de Literatura 2024, en la categoría novela, que acaba de recibir por El camarada Jorge y el Dragón (Alfaguara, 2023), es el primer reconocimiento oficial de su trayectoria. Más de uno creía, y con razón, debido a su arrollador éxito alcanzado, entre lectores y críticos, con su novela El espía del Inca, que Rafael Dumett ya tenía más de un galardón.
Lo de Rafael Dumett, más que una coincidencia de hechos (signo de la historia literaria), es fruto de una perseverancia avalada por la convicción en una vocación. Al respecto, Rafael Dumett señala:
“Me resulta conmovedor, independientemente de que se me haya dado a mí este premio, que el Estado peruano, no el Gobierno, reúna, en medio de una profunda crisis, a un grupo de académicos y especialistas para que evalúen las obras de muchos escritores peruanos. Es el reconocimiento del Estado peruano a sus escritores e intelectuales".
Tengamos en cuenta que no hablamos de un concurso, un premio nacional de literatura se otorga sobre títulos ya publicados, es decir, está avalado por su verdadero jurado: los lectores.
Para el Premio Nacional de Literatura 2019, El espía del Inca era la novela llamada a obtenerlo, pero debido a un descuido formal de parte de su primer editor, fue excluida de esa edición. Las razones de su exclusión fueron válidas, pero hubo polémica, el libro venía agotando reimpresiones y se había convertido en materia de discusión por su poliédrica dimensión temática. “Yo esperé ocho años para publicar esta novela. Creía que era lo suficientemente interesante para cualquier editorial. No ocurrió. Debo confesarte que, a estas alturas, yo no espero absolutamente nada de nadie y honestamente creo que es la actitud que debe tener un escritor. Lo que yo espero es tener una relación directa y cercana con mi lector, es a él o ella a quien me debo. En ese tiempo de espera, no me quedé con los brazos cruzados, empecé a trabajar la saga sobre Eudocio Ravines desde el 2012”, precisa Rafael Dumett sobre el personaje central de El camarada Jorge y el Dragón.
“Yo tengo muchos defectos, pero eso de estar a la expectativa de reconocimientos externos, de gente que me vaya a dar palmaditas en la espalda, de padrinazgos, de gente a la que le tenga que besar el anillo, no es lo mío”, subraya el autor, quien, al publicar El espía del Inca, ya era un hombre curtido por la vida. Los mareos de la fama cultural, de haberlos experimentado, los vivió a los 21 años tras el estreno de su obra teatral AM/FM, que obtuvo el favor del espectador y muy buenas críticas.
“Ninguno de los editores peruanos vio el potencial que tenía El espía del Inca, que escribí pensando en el lector peruano e hispanoamericano. Tuvo que ser un editor de Cajamarca y que era un editor independiente, como Esteban Quiroz, que ya conocía la novela y que no podía creer la larga lista de personas que me habían dicho que no, el que finalmente la publicó. Antes de irme, quiero escribir tres o cuatro novelas más. Siempre he tenido muy claro lo que quiero hacer, yo estoy mirando hacia adelante. No hay más, no me interesa alternar con la farándula literaria limeña, no me interesan las argollas, ni pertenecer a ningún tipo de corte vargasllosiana”.
Las grandes historias se construyen en base a personajes. Rafael Dumett ha honrado esa ley de la ficción, como dramaturgo y novelista. Eudocio Ravines es un personaje fascinante, por polémico, de la historia política peruana y latinoamericana del siglo XX. Militó en todas las ideologías y en cada incursión exhibió compromiso. Después de El camarada Jorge y el Dragón, vendrán dos novelas con las que el autor completará la trilogía dedicada a este personaje. Extraña que esta sea la primera vez que se le vea como personaje de novela.
“Hacer que coexistan dos pensamientos completamente opuestos en tu cerebro y hacerlos dialogar y, además, siendo justo con ambas voces completamente contrapuestas, es una habilidad que se ha perdido en la época contemporánea. Eudocio Ravines encarna esta facultad. Él ha sido el epítome del comunista militante y también ha sido el epítome del comisario anticomunista. Yo quería despedir el siglo XX desde antes de conocerlo personalmente. Ravines ha pasado por los subterráneos de la historia. Ha estado en una cárcel secreta de Lubianka, ha trabajado para la Internacional Comunista de España, ha estado en Chile como enviado especial de la Internacional para llevar al poder justamente a un frente radical, ha defendido políticas ligadas al estalinismo a capa y espada. Y ha tenido como agente de control a nada más y nada menos que a Howard Hunt, quien es también el responsable directo de la colocación de micrófonos en la Casa Blanca en el caso Watergate. Para esta saga entrevisté a Federico Prieto y me dijo que la única persona, aparte de usted, que ha venido a preguntarme por Ravines es Mario Vargas Llosa. Imagino las dificultades enormes que debe haber para poder enfrentarse a un personaje que requiere de una flexibilidad mental, una capacidad para ponerse en su pellejo. Yo no tengo muchos talentos en este mundo, pero el talento de poder meterme en la piel de una persona completamente diferente de mí, que opina posiblemente lo opuesto y ver el mundo a través de sus ojos, sí es una disposición, un objetivo proveniente del teatro. Yo no hago diferencias, mi nivel de involucramiento es el mismo así escriba de un emperador o un campesino. Trato de meterme en la piel de la gente y les doy el beneficio de la duda. En esta novela he tratado de rastrear las raíces profundamente autoritarias de la formación de Ravines. Rescato la humanidad del personaje con sus contradicciones. En la Cajamarca de los años 20, Ravines vivió su infancia, marcado por ciertas lecturas, como La vida de Jesús de Renan y Nietzsche. Ravines era un muchacho diabólicamente inteligente, que recibe esta influencia y saca sus propias conclusiones morales a partir de ello. Vive también la experiencia de la masacre de Llaucán y el efecto que tuvo en su familia. Si nos ponemos a rastrear la vida de una persona y todas las influencias que recibe, llegamos a la conclusión de que todos somos todos al mismo tiempo, tú eres todos”.
Ravines era un hombre de extremos, no había punto medio para él. “Te pongo un ejemplo, es 1962, en plena crisis de los misiles y ¿sabes qué solución propone él?: lanzar una bomba atómica a Cuba. Ese es Ravines, que los cubanos se dejen de huevadas y vamos a exterminar el cáncer comunista que está en Latinoamérica. Ravines estaba hablando completamente en serio. Lamentablemente, Ravines dialoga mucho con nuestro tiempo, estamos llegando a niveles de extremos similares en pleno siglo XXI. Las extremas derechas y las extremas izquierdas están accediendo al poder en todo el mundo”.
Hasta la aparición de El camarada Jorge y el Dragón, Eudocio Ravines era un personaje presente y a la vez oculto para la izquierda y la derecha. Rafael Dumett lo ha rescatado, para discutirlo y no para celebrarlo. Por lo dicho, este es un villano con mística (“un genuino converso”). No se puede comparar a Ravines con los políticos peruanos actuales.
“Lo que tenemos es una sarta de mequetrefes metidos en el poder que operan en función de sus propios intereses materiales. Pongamos un ejemplo: Fernando Rospigliosi, a quien Keiko Fujimori le paga para hacer su campaña. Ahí hay un interés material. Se presenta también en la Embajada de Estados Unidos para empezar a tratar de encontrar algo que le pueda beneficiar. Parece una broma si comparamos lo que decía hace 20 años y lo que dice ahora. Ravines tenía un impresionante nivel intelectual, discutía de tú a tú con Mariátegui, Haya de la Torre y Pedro Beltrán. Si la novela genera una resonancia actual, es que en ella también ha habido una masacre”, dice el novelista en relación a lo que pasó en Llaucán en 1914 y a las masacres del sur del 2022-2023.
“Soy un demócrata de izquierda. Estoy en contra de las dictaduras. Lo que pasa en Venezuela es una mierda con ese mequetrefe de Maduro en el poder, Castillo está bien sacado del poder porque intentó hacer un golpe de Estado. Pero a la gente no le importa como piense, mi función como escritor es tratar de canalizar la visión de Ravines y tratar de convertir ello en un aparato estético. No soy original en términos ideológicos, Ravines sí lo era. Mi amigo Jorge Frisancho me decía que hay que ser empático en todo el sentido de la palabra, despojarnos de nuestras creencias y ponernos en el lugar de la otra persona más allá de que piense diferente que tú. Este ejercicio cuesta caro, cuesta tiempo, cuesta trabajo. Un novelista no debe guiarse por sus prejuicios ideológicos, lo que veo ahora en muchos escritores es que no hay empatía, son perezosos posiblemente debido a la distracción masiva que ha suscitado la aparición de las redes sociales”.
-Te reuniste personalmente con Ravines. Cuando le dijiste que ibas a escribir sobre su vida, ¿qué te dijo?
-Trata, trata, a ver si puedes.