Siempre he mirado con desconfianza las publicaciones póstumas. No solo porque en su mayoría de casos están inacabadas, sino porque muchas veces no fueron publicadas por la propia decisión del autor. Hay casos excepcionales como el de Kafka, quien casi no publicó en vida y dejó el recado de destruir toda su obra a su amigo Max Brod, quien finalmente la publicó. Tenemos el caso de Bolaño, que dejó inacabada su obra más compleja, la cual, aun así, se deja leer como un libro sólido. No son pocos, pero rara vez estos manuscritos inacabados resultan ser obras maestras. En su mayoría se trata de textos que no suman a la obra de un gran autor. Pienso que se toma con mucha ligereza el formato de publicación. Los manuscritos, en caso de que no tengan mayor valor literario, pueden interesar por motivos históricos, críticos, filológicos. Pero es muy importante anunciarlos como un texto de dicho orden y no como una última novela ni mucho menos como “el acontecimiento literario de la década”, como ha sucedido con En agosto nos vemos, novela póstuma de Gabriel García Márquez.
La novela fue escrita y revisada durante muchos años por el autor para que finalmente concluyera en que “este libro no sirve. Hay que destruirlo”. Yo no sé si realmente sirva o no. Sé que no aporta nada a la obra de un genio con novelas y cuentos monumentales, pero también sé que no le resta. La novela cuenta la historia de Ana Magdalena Bach y sus viajes a una isla en donde se encuentra enterrada su madre. La mujer, cercana a los cincuenta, decide explorar una segunda juventud aprovechando cada viaje para tener encuentros furtivos con distintos amantes. Una noche al año, Ana María se convierte en una persona distinta a la que siempre fue y tiene total libertad de expresar su sensualidad a través de diversas personalidades.
La historia es sencilla. Presenta una estructura clásica y no invita a reflexionar sobre grandes temas. En ese sentido, se trata de una lectura ligera. Perfecta para un lector que busca un libro de aeropuerto o para leer en la playa. No me malinterpreten, no es una mala lectura. Las descripciones de García Márquez, los escenarios y la sensualidad están presente con la maestría que recordamos quienes hemos disfrutado leyendo sus historias. No obstante, sí hay que destacar el material en bruto que llega a nuestras manos. El primer capítulo muestra una escena que debería ser sensual, pero falla.
El error está en el ritmo. Esas pocas páginas acumulan más de ochenta veces la palabra “se” cuando muchas veces era perfectamente evitable. Claramente, una ausencia de corrección. La aparición de la palabra irrumpe con la continuidad de la acción del personaje. He llegado a contar diecinueve apariciones de la palabra en un solo párrafo. Es inadmisible. No es una cuestión de estilo. El autor no tiende a eso y no sucede en el resto del libro. No solo eso. Hay erratas como “la conciencia brutal de que había fornicado y dormido por la primera vez en su vida con un hombre…” (p. 32), cuando debería ser ‘por primera vez’; o “y lo único que le quedaba en su noche loca era un triste olor”, cuando debería ser ‘de su noche loca’, tratándose de un recuerdo. Realmente, un borrador sin corregir. Me sorprende que el editor no se haya tomado el tiempo de corregir cuestiones tan evidentes.
Todo lo que viene después está mucho mejor. Más pulido. Se lee muy bien y atrapa. La explicación está en que —según entiendo— el nobel trabajó el libro por separado como seis cuentos que luego se convirtieron en capítulos de una obra unitaria. Eso explicaría la desigualdad del primero con los que le siguen. En estos hay que destacar la intromisión a la psique de un personaje femenino, algo que no había hecho con mucha frecuencia, y una apuesta por los diálogos que rara vez cobraban importancia en la obra del autor. En esta entrega póstuma, los diálogos son una delicia. Divierten y sorprenden por la brillantez de sus proposiciones. Si el libro tiene algún gran mérito, creo que es ese.
Es una novela corta que se disfruta, pero no está ni cerca de ser “el acontecimiento literario de la década”. Ni siquiera del año. Estamos apenas marzo y rápidamente puedo pensar en varios libros mucho más ricos e interesantes que En agosto nos vemos.