Por: Pedro Llosa Vélez
Hace exactamente 60 años, un día como hoy, un joven de apenas 21 era baleado en una canoa que surcaba el río Madre de Dios. Había vuelto al Perú por Bolivia, era el menor de una avanzada del Ejército de Liberación Nacional, y contaba ya con una obra poética y con una formación política de militancias y lecturas que lo llevaron a entrenarse como guerrillero en una Cuba envalentonada deseosa de expandir por todo el continente la revolución que estrenaba.
Aquel acto ponía fin a la vida breve y prometedora de ese precoz poeta, pero daba inicio a una nueva forma de existencia construida sobre el legado y el recuerdo, una historia de reconstrucciones, lamentos y nostalgias, que no pararía de crecer y diluir las barreras entre persona y personaje. De lo absurdo a lo heroico y viceversa, el recuerdo se ha ido convirtiendo en un mito que en seis décadas ha producido estudios, traducciones, reimpresiones, reediciones, largometrajes y documentales, para no mencionar las calles, parques, promociones y hasta un pueblo que hoy llevan su nombre.
El primero en atender las demandas que se despertaron a partir de su muerte fue su padre, Jorge Heraud Cricet. Al morir, quien tomó esa tarea fue su hermana menor, Cecilia, quien ha dedicado gran parte de su vida a recopilar y reunir cuanto material pudiera existir de y sobre Javier, materializando su amor fraterno en el impactante libro Vida y muerte de Javier (1989), que después sería corregido y aumentado en Entre los ríos (2013). En él, su autora recoge cartas, escritos y testimonios que engarza con su propia historia de vida, fotos y recuerdos que contextualizan y explican una historia que la mitología popular ha llevado por múltiples caminos. Es tan sutil y matemática la arquitectura de ese libro que en ningún momento derrapa en posiciones políticas o tuerce la realidad hacia posibles justificaciones. La inclusión de material de terceros permite enhebrar una historia corroborable, a la que no le puede faltar su testimonio de parte, pero que viaja en silencio en la esencia misma del libro. Enfocados en la vida y obra de Javier, pocos repararon en la labor misma de Cecilia y en esa impecable escritura que hace que Entre los ríos se lea como una persuasiva novela o una vigorosa crónica.
Fraternal. Con su hermana Cecilia, en 1959. Foto: difusión
Este miércoles, Cecilia Heraud presentará una nueva pieza, acaso la última, de este universo desbordado y ahora inagotable que rodea a la vida y obra de su hermano: Enteramente y eternamente (Lumen, 2023). Allí se recoge la totalidad de la correspondencia del poeta, desde el año 1958 (apenas salido del colegio) hasta 1962, y algunas póstumas de 1963.
La recopilación es exhaustiva en la medida que incluye todas sus cartas: a padres, hermanos, profesores, y sobre todo a amigos como Luis Loayza, Mario Vargas Llosa, Abelardo Oquendo, y su compañero de colegio Degenhart Briegleb, el legendario ‘Dégale’; pero lo es también porque incorpora tanto las cartas escritas como las recibidas, dándole redondez, sentido y continuidad a lo allí narrado. Y lo es, por último, en la medida que todas las misivas están incluidas de principio a fin, convirtiendo al libro en un complemento necesario del anterior, donde los extractos viajaban desmembrados.
El adiós. Última carta del poeta a su madre.
En esta impecable edición de Luis Rodríguez Pastor, el orden es cronológico, lo que permite ver la evolución temporal con una mirada transversal de los diferentes espacios de interacción del poeta y recoger algunos hallazgos sobre su vida íntima y el ejercicio epistolar dentro de la misma. El hecho de que el poeta viajara tanto y tuviera una avidez excepcional por producir y esperar correspondencia, (y que esta haya sido preservada) han permitido que un grueso de su vida quede hoy documentado en un libro que hace de horma para encajar al anterior y enlazar sus posibles cabos sueltos.
Al inicio se recoge la comunicación de Javier con un temprano Briegleb, un capítulo aparte y de los más exquisitos en su vida, tanto a nivel personal como literario. Luego se concentra en las cartas a su familia a partir de su viaje a la Unión Soviética y su estancia en París. Aquí los temas son de orden práctico y se ve con mayor intensidad sus infructuosos intentos por permanecer en Europa (llegó a considerar Londres). Al final regresa la comunicación con un Briegleb más cuajado en los años en que Heraud ya está en Cuba.
Conocer por primera vez las cartas completas de Briegleb a Heraud explica mejor las demandas urgentes que tenía el poeta por las respuestas de su amigo, pero develan también a otro gran artillero de la palabra que supo jugarle en pared a una de las mayores promesas literarias de su tiempo y estar a la altura.
Recientemente, se ha publicado su libro llamado Enteramente y Eternamente.
Conciso y desenfadado, por épocas desesperanzado de su suerte, los arrebatos trágicos y peculiares de Briegleb, que tampoco están ausentes en las cartas de Heraud, le dan una autonomía a su voz poética que estoy seguro le reservarán una discreta butaca en los anales de nuestra letras, ya como figura autónoma o como aliado constante (o inconstante) de una dupla que por momentos simula la correspondencia entrenada y premeditada de dos surrealistas conflictuados antes que la de dos inquietos adolescentes y con ello nos recuerdan las alturas posibles a las que puede llegar el género epistolar.
Pronto la política empezará a apoderarse de Heraud y a exacerbar aquella tensión entre el arte y el compromiso que definió su corta vida. En su controversial figura se encontrará siempre, al margen de sus muchas atenuantes, el cuestionamiento de la actividad guerrillera y los pasivos que carga quien la emprende, empezando por la muerte del policía Aquilino Sam, que desató la persecución que acabaría con la vida de Heraud. Aunque la bala que mató a Sam no saliera del arma de Javier, era la infortunada pero no imposible consecuencia de un proyecto que debió contemplar esos posibles desenlaces. Un proyecto que por lo demás quedó trunco, en parte, porque se perdió al que todos imaginaban como su futuro líder, quien a veces se cree que habría dado grandes aportes en lo artístico y lo político de haber escogido otro camino, pero se olvida, con esa ucronía, que entonces no habría sido él.
Hace más de una década pude conversar con Vituca Heraud, su hermana mayor, sobre el terremoto que causó en su familia la muerte temprana de Javier. Entonces solo conocía la obra poética de su hermano y la parte biográfica no se había desbordado en tantas plataformas comunicativas. Toda familia que pierde a uno de sus miembros tan temprano en la vida queda irremediablemente marcada, pero aquella huella se debe hacer más honda cuando el recuerdo sigue viviendo en la esfera pública, congelado en una imagen que nunca envejecerá. A partir de allí llegué a Entre los ríos, y a la inmediata necesidad, tras su lectura, de conocer a su autora y agradecerle, a fin de cuentas, por lo que nos estaba dejando. Con esta nueva entrega le he preguntado qué significa esta última pieza para ella, y su respuesta ha sido contundente: “Siento que con este libro lo dejo vivo a Javier”.
José María Arguedas declaró alguna vez que Heraud había encontrado la inmortalidad verdadera que la poesía por sí sola acaso no le habría dado, y es gracias al trabajo de Cecilia y a este acierto editorial que el lector podrá encontrar la travesía interior del muchacho que crece y se transforma, y con ello, amarlo o cuestionarlo de primera mano.
Presentación. Librería El Virrey (calle Bolognesi 510, Miraflores), el miércoles 17 de mayo, a las 7 p.m. Participarán Cecilia Heraud, Abelardo Sánchez León y Luis Rodríguez Pastor. Ingreso libre.