La primera ‘Toma de Lima’ fue al año siguiente de su fundación y estuvo enmarcada en la gran rebelión de Manco Inca.
Sus miles de guerreros llegaron hasta las faldas del cerro San Cristóbal y atacaron la joven capital al grito de “a la mar, barbudos”, pero fueron derrotados por un millar de experimentados españoles, capitaneados por el propio Francisco Pizarro y con el valioso apoyo de miles de guerreros huaylas enviados por la cacique Contarhuacho, suegra del conquistador extremeño.
Será por eso que, en los últimos años, cada 18 de enero las ceremonias empiezan —luego del clásico tedeum— con un homenaje a Taulichusco, el apu local que fue el gran aliado de los conquistadores. Para variar, esta ceremonia será repetida por el alcalde Rafael López Aliaga en una coyuntura trágica y conflictiva: el centro histórico estará cercado para evitar el ingreso de autos y manifestantes. Luego serán condecorados algunos personajes locales.
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Pocos años después de su fundación, el cabildo limeño aprobó una de las primeras normas medioambientales: la prohibición de la tala de árboles que afectaba a los grandes bosques capitalinos. Esta medida desmiente aquella absurda creencia de que Lima fue ‘un desierto’. Nunca lo fue.
Todo lo contrario: está asentada en uno de los valles más ricos de la costa occidental del Pacífico, el único regado con tres ríos naturales y media docena de ríos artificiales construidos siglos antes del esplendor inca. Cientos de puquios, humedales repletos de peces de agua dulce y miles de hectáreas sembradas con los mejores sistemas de regadío de su época hicieron de Lima uno de los espacios más importantes del Perú prehispánico.
Si en la Lima del año 2023 queda medio millar de grandes huacas, no es difícil imaginar cuántas existían cuando Pizarro fundó la ciudad. Y cuántas han sido destruidas por nuestros ancestros en estos 500 años de desorganizada urbanización.
Otra ventaja de Lima fue el enorme aporte de proteínas que brinda su largo litoral, repleto de caletas de pescadores, y un clima sin extremos, sin lluvias torrenciales, granizadas ni nevadas. Ideal, por ejemplo, para el comercio ambulatorio, y para la invasión del llano y de las faldas de los cerros.
Pero Lima tiene sus terremotos, de ahí que Pachacamac y el Señor de los Milagros sean sus principales deidades telúricas. El primero, con tsunami incluido, fue cuando Lima celebraba sus primeros 50 años. En el siglo XVII fueron poco más de media docena de poderosos seísmos hasta la devastadora hecatombe de 1746, cuando las enormes olas llegaron hasta la actual av. Faucett y se derrumbó toda la ciudad.
Luego tuvimos varias ‘tomas de Lima’, como la violencia emancipadora, el cataclismo que significó la invasión chilena y los combates callejeros de marzo de 1895, cuando el pueblo limeño derrocó a balazos al presidente Andrés Avelino Cáceres —provinciano él— con un saldo de 2.000 muertos regados en lo que ahora es el centro histórico.
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Por suerte, hoy en día, casi todos los limeños tenemos padres o abuelos provincianos, quienes llegaron a ‘tomar’ Lima y la supieron transformar con su trabajo, su empeño y su poderoso aporte cultural. De ahí que la única ‘toma’ victoriosa de Lima fuera ese desborde popular que repobló la capital a mediados del siglo pasado, acentuada en los años ochenta con los cientos de miles de peruanos que se asilaron huyendo del terror desatado por Sendero Luminoso.
Así las cosas, esta ciudad que cumple 488 años no solo es la más poblada e industriosa del país, también es el segundo destino turístico (siempre Cusco será el primero) y la única capital sudamericana con playas. Por si fuera poco, ostenta la mayor cantidad de quechuahablantes de todo el Perú. Allinlla chayaykamuy.