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Cultural

Alberto Quintanilla: “La pandemia nos ha cambiado la vida, somos pocos libres”

El artista cusqueño, que reside en París, se quedó varado por la pandemia en nuestro país. Vio de cerca cómo esta crisis sanitaria desnudó verdades del Perú.

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El creador. Alberto Quintanilla en su taller de Jesús María junto a sus lienzos y sus demonios de metal, madera, cartón, inspirados en mitos peruanos. Foto: Antonio Melgarejo / La República

Era 1988, en la playa de Huanchaco, Trujillo. El desaparecido poeta Walter Curonisy, en su hotel Caballito de Totoras, había organizado un encuentro de poetas. Allí también estuvo, recién llegado de París, el pintor cusqueño Alberto Quintanilla con su esposa Elena y sus dos menores hijos. Las noches, como es costumbre en estos eventos, terminan en ríos de cerveza, largas tertulias no libres de polémicas y pugilatos. Y esto ocurrió entre Quintanilla y el poeta tallán Julio Chiroque, el autor de Los gallos vigilantes.

Julio Chiroque, que era un poeta político, radical y duro, tan duro que solo un tren pudo arrollarlo y acabar con su vida en Puno años después, se percató de la presencia del pintor en la sala y se dirigió, vaso en mano, hacia él y lo embistió, a 15 cm de su cara, vociferante.

-Usted es un pintor burgués. Se ha ido a vivir a París, como turista, a gozar de las comodidades. Yo, como poeta, amo lo nuestro (y se golpeó el pecho) y estoy en el Perú para hacer la revolución.

Y se argumentó con la poesía de Vallejo y, para mayor prueba, refrendó su diatriba con la declamación a viva voz del poema “Los nueve monstruos”, por su puesto en cada verso blandía la mano libre y un dedo acusador.

Quintanilla escuchaba de pie cómo se desgañitaba el vate norteño, hasta que se calló.

-¿Ya terminaste? -le preguntó el pintor.

El vate le hizo una venia de confirmación, muy seguro de que lo había demolido.

El artista cusqueño, sereno, hinchó sus pulmones, contuvo el aire y recitó. Lo que se escuchó fue un trueno.

“Jinaspañataj,/ Sapa kutim tiksi pachapija nanay wiñan/ Sapa segundopim kimsa chunka...”.

Quintanilla, cada vez más colorado, recitaba también “Los nueve monstruos”, pero en quechua.

Chiroque, hidalgo, regresó a su mesa en silencio.

“Sí, eso siempre han dicho, que con mi beca me fui a París a ver la torre de Eiffel. Y me olvidé del Perú. Pero no, aquí o allá, yo soy peruano siempre. No como otros que cuando viajan sienten nostalgias y recién se declaran herederos de los incas”, dice Quintanilla mientras recordamos de lo que fue testigo en la playa de Huanchaco.

El 2020, el pintor había regresado al Perú, con pasajes de ida y vuelta a París, para coordinar una gran exposición. Pero se declaró la emergencia por la COVID-19 y se quedó varado.

“Me quedé encerrado, pero he pintado como nunca. Tengo trabajos como para tres exposiciones. Después, cuando se reabrió un poco el aeropuerto, mi boleto lo habían vendido a un envarado. Insistí por mi boleto, pero nada. Al final, pude viajar en un vuelo humanitario que me costó 800 dólares”, afirma el artista.

Asegura que la pandemia nos ha desnudado en nuestra realidad, que no solo padecemos una enfermedad, sino también una tortura porque nos ha cambiado la vida y somos poco libres “y porque seguro este virus puede ser obra de los países poderosos para tenernos así”.

Amigos. El artista sostiene que tiene amistad con la muerte. Foto: difusión

Quintanilla sostiene que no se muerde la lengua para no dejar de decir verdades.

“Este virus mata, pero también mata el hambre, sobre todo mata a niños. La miseria ha cundido en este país en donde muchos se dedican a robar. Y hay robos famosos. Presidentes que se suicidan para tapar un robo de tanto de dinero y no le hagan juicio a su familia. Fujimori, Montesinos, han robado. Hay presidentes presos, otros fugados y otros disimulándose. En el Congreso hay harto ladrón y todo el mundo sabe que no se puede negar”, sostiene Quintanilla.

“Nos toman por ignorantes, por estúpidos -agrega el pintor-. Pero no, hemos despertado de un sueño o pesadilla. Ahora estamos viendo la verdad. Pero cuando uno habla de pobreza, miseria, que es la verdad, inmediatamente aquí te acusan de comunista. Pero igual, no hay que perder la esperanza”.

¿”La esperanza en el pueblo”, como diría el actual presidente?

No, no hay pueblo todavía. Cada uno se defiende con pigricia. Los arequipeños dicen: “Tengo el mejor cielo azul del mundo”. ¿Qué ganan con eso? ¡Nada! La sociedad trujillana afirma que es la ciudad de la primavera; Cusco, la ciudad turística. Tenemos la mejor comida... o sea, cada quien sale con su banderita y no somos capaces, como ocurre con un gol, de unirnos para luchar contra la pobreza y contra la corrupción.

¿Con Pedro Castillo no llegó un gobierno del pueblo?

No sé. A veces pienso que se ha puesto un sombrero para hacernos creer que es un campesino, un presidente del pueblo, como decimos, un paisano, y que es puro teatro dirigido por otros. No sé, de repente, en medio de estas confusiones, estoy hablando así. De repente con el tiempo cambia. Hay que esperar.

Alberto Quintanilla también toma la palabra sobre el aeropuerto de Chinchero, “que destruirá una herencia inca”.

“Ojalá que no lo construyan, allí va a ocurrir accidentes y graves. Al recordado alcalde del Cusco Daniel Estrada le dije -y lo digo ahora- que en vez de un aeropuerto allí se construya un museo grande de las culturas peruanas para nuestro país y para el mundo”, afirma el artista.

Asegura que, si bien España nos conquistó, no nos descubrió. Y que nosotros mismo aún no nos hemos descubierto del todo. Y que ese museo nos ayudaría. Y que él, con su arte, inspirado en mitos y leyendas peruanas, también intenta descubrirnos. Y que en abril próximo cumplirá 90 años siendo testigo de lo que sucede en el Perú.

90 años, ¿teme el final?

No. A quien le temo es a la miseria (y me muestra una pequeña escultura de calavera que en su base se lee: “muerto de risa”). Con la muerte somos amigos.