Es argentino. Se llama Marcelo Luján. Juega fulbito en Madrid con el escritor peruano Sergio Galarza y es amigo de otro autor peruano: Jorge Eduardo Benavides. Marcelo Luján (Buenos Aires, 1973) acaba de ganar el VI Premio Ribera del Duero, uno de los más importantes concursos de cuentos en habla hispana, con su libro La claridad ( Editorial Páginas de Espuma). Anteriormente, con su novela Subsuelo, obtuvo el Premio Dashiell Hammett 2016.
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La claridad reúne seis cuentos en los que el mal está al acecho en los lugares más cotidianos, en las escenas familiares, camuflado no en las sombras ni en lugares ocultos, sino en los escenarios abiertos como un paseo, una fiesta infantil o una aula de clases. El mal somos nosotros mismos.
Resulta paradójico que en un conjunto de cuentos, La claridad, indagues zonas oscuras de nuestra existencia.
La pregunta es bonita, porque, justamente, ese binomio y esa suerte de contradicción es el eje narrativo que tiene los cuentos. Yo soy un autor, no solo en La claridad sino en textos anteriores, que me gusta trabajar lo que se podría llamar género negro. A mí no me gustan las etiquetas porque, además, la investigación policial en narrativa no me interesa, pero sí me gusta mostrar la oscuridad y el mal a través de los personajes. Por qué hacemos daño, que no necesariamente tiene acabar con muerte; qué siente el que hace daño y qué siente el que lo recibe. Sí, enfoco mucho la oscuridad porque a mí me parece que nos revela mucho como sociedad.
El mal en sus cuentos está en lo cotidiano.
Si vas a una guerra, es probable que te caiga una bomba, está en lo previsto; pero qué pasa si vas a pasear al parque con tus hijos y en ese contexto cotidiano aparece el mal de manera inesperada, al azar.
¿Intenta manejar una poética del mal?
Sí, lo que pasa es que no siempre tiene que ser que una persona acuchille a otra en situaciones tan extremas, que para imaginarlas son fáciles. No, por ejemplo, la traición, como concepto y suceso bíblico, es una situación terrible porque quienes nos traicionan no son los enemigos sino los amigos, los familiares, las personas en quienes confiamos. Eso es violencia también y es otro tema de La claridad.
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García Márquez maneja el azar milagroso, usted intenta manejar el azar fatídico...
(Risas) Es que el mal no está planificado, sino ocurre de pronto en contextos de los más cotidianos. La traición, que aparece en mis cuentos, es uno de los componentes más cercanos a la maldad.
El relato negro revela lo más entrañable de nosotros.
Sí, de hecho, es una forma de retrato social porque los hechos ocurren en escenarios cotidianos, no en la luna. Escenarios donde podemos reconocernos y preguntarnos qué habríamos hecho nosotros en esa situación.
¿Alguna razón para privilegiar personajes femeninos?
La verdad es que ocurre en todos mis libros. Los personajes femeninos son el motor, son la esencia siempre de mis narraciones. Viéndolo con perspectivas, porque lo hago de manera inconsciente, me doy cuenta de que es lo que yo opino, como individuo, más allá de la ficción. Sabemos que la mujer, al menos en el mundo Occidental conocido, es el verdadero motor de la sociedad. No hay cosa que no esté en torno de las mujeres.
Hay escritores como Alberto Chimal, Mariana Enríquez, Miguel Mendoza, que también están gestando un nuevo tipo de terror...
El terror es un género que siempre me gusta. En La claridad todos los cuentos tienen un corte fantástico, pero muy moderado porque yo soy muy naturalista escribiendo. Cualquier elemento clásico del terror como el zombie, el fantasma, los satánicos o el vampiro, me sacan del naturalismo. Yo cuento, por ejemplo, de una muchacha fantasma que ha muerto muy joven que no tuvo tiempo para besar. Ella quiere besar y vuelve a su pueblo en una fiesta y busca al joven forastero para que no la reconozca. Lo quiere besar, pero no puede, porque sangra por la nariz y huele feo. Es decir, busco humanizar el fantasma, ponerlo en problemáticas humanas.
Cuando un hacker accede a los sistemas bancarios o invade la privacidad, es otro tipo de terror...
Sí. El género fantástico, el moderno, donde el monstruo ya no es monstruo sino la variable psicológica del miedo; ese género, sumado al género negro, conviven muy bien, se autopotencian. A mí me divierte mucho trabajar eso.
Ha dicho que este libro lo ha escrito en un solo tiempo, ¿para mantener la unidad?
Sí, quise escribir un libro de cuentos como quien escribe una novela. Un cuento es todo un universo independiente que, cuando terminas uno, al comenzar otro tienes que tomar nuevas decisiones y nuevas formas. No podía alejarme mucho de la armonía que tiene el conjunto. No me gusta hablar de unidad, sino de armonía o cohesión interna. Eso solo se podía lograr escribiendo todos los cuentos al mismo tiempo, sin recurrir a un texto viejo que tenga que recomponer para que se parezca a los otros.
Presentó sus cuentos al cierre del concurso, ¿eso le permitió incluir “El vínculo” con tema del coronavirus?
No, ese cuento lo escribí mucho antes. La pandemia inició en marzo 2020 y el concurso cerró el 31 de diciembre 2019. Yo terminé el libro en octubre. Lo que pasa en ese cuento es que hay un veterinario que tiene una becaria a quien le muerde una gata y le causa un mal. Utilizo una serie de términos clínicos, entre ellos “coronavirus”. Cuando el editor lo vio, dijo “esto es oportunista, aunque lo hayas escrito hace un año”. Es que varios son los coronavirus, el de ahora es el Covid-19. En mi cuento no hay pandemia, pero aparecía cuatro veces la palabra y al final quedó.
¿Edición a propósito de la pandemia actual?
No, hubiera preferido no utilizar la palabra “coronavirus”, pero se dio esa casualidad.