Juan Carlos Soto
Arequipa. No parece una imagen creíble. Mario Vargas Llosa, increíblemente vital, sube al techo de una casona de sillar por una escalera sin baranda que da vértigo.
Son las cinco y media de la tarde del martes y el premio Nobel de Literatura graba un documental para Tv Azteca en Arequipa, en uno de los inmuebles coloniales de la calle San Francisco, el cual cobija su biblioteca personal. La forman quince mil libros que donó a su ciudad natal.
Desde esa bóveda de sillar, la vista es impresionante. No solo el cielo está anaranjado por el ocaso, también se erigen como puntas de lanza los tres volcanes: Misti, Chachani y Pichu Pichu, que Vargas Llosa cita de memoria. La casona es inmensa con dos patios comunicados por un zaguán.
En la conversación con Álvaro Vargas Llosa, su hijo, que lo entrevista para este especial de nueve capítulos, el laureado escritor confiesa que aprendió a leer con el hermano Justiniano en el colegio de La Salle de Cochabamba (Bolivia). Fue lo más importante que le ocurrió en la vida, dice. Luego, habla de sus autores favoritos: Gustave Flaubert, William Faulkner, Víctor Hugo, André Malraux, entre otros. Muchos de los libros de esos autores se encuentran alineados en estantes de madera y vidrio de la biblioteca mistiana.
“Mis buenos recuerdos están asociados a Arequipa”, nos cuenta en una breve declaración. No vivió ni un año de su vida en esta ciudad y, junto a toda la familia materna, partió a Cochabamba, Bolivia. Sin embargo, los Llosa se llevaron a la Ciudad Blanca en la memoria. Invocaban sus calles y tradiciones en los almuerzos familiares. Cuando regresó a los siete años de edad, sabía muy bien de Arequipa por esos testimonios familiares. En ese viaje de retorno, probó el chupe de camarones, uno de los platillos potentes de la gastronomía local y su favorito. “ Entonces tú primera Arequipa era de fantasía e imaginación”, le dice Álvaro, a lo que él contesta que también de nostalgia.
La plaza de Armas es la segunda locación para las grabaciones. Desde los balcones del portal de San Agustín, MVLl define a esta plaza como un espacio vital. Aquí se gestaron las grandes revoluciones. Por ejemplo, la insurrección contra el dictador Manuel A. Odría. Le viene a la memoria José Luis Bustamante y Rivero, su tío abuelo expulsado de la Presidencia de la República justamente por Odría. Bustamante era un notable jurista, defensor de la Tesis de las 200 millas. “Y generoso con sus nietos, nos daba buenas propinas”, dice esbozando una sonrisa.
En esta plaza, recuerda Vargas Llosa, él protagonizó dos mítines a fines de los ochenta e inicios de los noventa. Uno, para impedir la privatización de la banca, medida promovida por el entonces presidente Alan García (1985-1990), y otro de su candidatura presidencial con el Fredemo. Ese día lo flanquearon Fernando Belaúnde y Luis Bedoya Reyes, socios políticos de ocasión.
La visita del escritor se guarda en estricto privado. No obstante, en la plaza de Armas, los transeúntes lo reconocieron. Un venezolano, empleado como mozo, se acerca con un ejemplar de Los miserables de Víctor Hugo. Pide que le autografíe el ejemplar. MVLl se sorprende. “Usted hizo un buen ensayo sobre Víctor Hugo”, se justifica el venezolano y logra la firma.
Vargas Llosa no quiere agriar su visita con declaraciones políticas, sobre todo por la detención de Alejandro Toledo. “Ahí nomás”, me dice.