Cargando...
Cultural

Crítica: El niño y la garza

Universo mágico. El mundo fantástico no solo es un escape, sino una batalla al moderno mundo del hombre.

larepublica.pe
Crítica. Analizamos la última película de Studio Ghibli. Foto: difusión

El cine de Hayao Miyasaki se ha caracterizado por tratar con una serie de tópicos que encontramos en sus películas. Quizás el tema mejor trabajado sea el del conflicto entre el orden de la naturaleza —a veces el orden fantástico— y el “progreso” de la civilización humana. Sus héroes funcionan siempre como un punto de diálogo entre ambos mundos. Su origen es siempre humano, pero gracias a una sensibilidad y una capacidad imaginativa logran penetrar en los reinos de la naturaleza y de la espiritualidad. Este es el caso de Nausicaä, que enfrenta al ejército de Lady Kushana con el fin de erradicar la destrucción del Bosque Contaminado, que está contaminado por el “avance” de la civilización humana. Es el caso del príncipe Ashitaka, quien intenta pausar la guerra entre Lady Eboshi y la Nación del Hierro y el bosque, sus espíritus y la princesa Mononoke. Es también el caso de Satsuki y Mei, que son capaces de percibir los espíritus de hollín y que junto con Totoro plantan semillas para arborizar la zona y luego hacen crecer con la danza de la lluvia. Lo mismo ocurre con Chihiro, quien es capaz de acceder a un mundo espiritual en donde cada personaje representa una característica cuestionable de la humanidad. Ella es capaz de dialogar con este mundo espiritual y representativo para finalmente encontrar cierta paz. Sin dar más ejemplos, es un motivo que se repite en el cine de Miyasaki y que encontraremos en su nueva película.

El niño y la garza cuenta la historia de Mahito Maki, un niño de 12 años que pierde a su madre en un incendio, producto de la guerra. Su padre es propietario de una fábrica de municiones de fotograma y, ante la muerte de su esposa, se casa con la hermana menor de la difunta madre de Mahito. Ella vive en el campo junto con varias ancianas solteronas, por lo que padre e hijo se mudan con ellas. Mahito está sumamente consternado por la pérdida de su madre y no logra adaptarse a su nuevo hogar. No encaja en el colegio y no termina de sentirse cómodo con su tía Natsuko, quien ahora está embarazada. Como escape de todo esto, se interesa por una misteriosa garza que lo empieza a acosar y que le revelará la existencia de un universo absolutamente fantástico.

Aquí entra el segundo motivo que se repite en la producción del director: el niño que escapa de la tragedia a través de lo fantástico de la naturaleza. Mahito se vincula con un mundo fantástico y huye —o quizás concilia en él— la muerte de su madre. Es lo mismo que sucede con las hermanas de Mi vecino Totoro, quienes sufren la tuberculosis que enfrenta su madre, o la conflictiva relación de Chihiro con su familia. Sin embargo, aquí entra algo crucial, que es la capacidad creativa e imaginativa del personaje de Mahito. Como ha señalado el director y otros, esta película es la que más relación guarda con la biografía del autor.

Por ello, no encuentro descabellado hacer un paralelo entre la figura del creador (como lo es Miyasaki) y Mahito. El niño de la película es capaz de acceder a un espacio mágico en donde se ordenan y controlan una serie de mundos y tiempos que suceden en paralelo a través de una torre, que se dice que construyó su tío abuelo hace muchos años. El tío es la suerte de maestro que controla todo y con unas piezas geométricas sostiene un orden que ya está a punto de quebrarse. Es el turno de dejar la posta a alguien con la capacidad creativa necesaria para ordenar el universo. Ese tendría que ser Mahito, quien se aleja del mundo de la guerra con este mundo sobrenatural. Lo mismo sucedió con Miyasaki, quien dejó de lado el negocio familiar de aviones bélicos para dedicarse a la animación.

En ambos casos, la imaginación y capacidad creativa ofrecen un escape de la crudeza del mundo de la guerra. Además, el mundo fantástico no solo es una salida, sino una batalla al moderno mundo del hombre. Esto lo digo debido a lo que sucede cuando Mahito ingresa a este universo fantástico. Los animales —representativos de lo no-humano— tienen capacidades y tamaños humanos. En este universo, personas y animales tienen las mismas capacidades y poderes. Es un mundo sin superioridad humana. El cambio es evidente cuando los periquitos salen de la torre y pierden su tamaño y fuerza.

Sin duda, la película es de las más complejas del director y sería una buena culminación de su carrera. La cantidad de imágenes y símbolos que propone es vastísima. No llego a ni estar cerca de comprenderlos todos. Pero sí creo que hay un gran trabajo de composición en cuanto a lo fantástico. No solo simbólico, sino visual. Si bien Miyasaki ha destacado siempre por esto, en esta entrega supera todo lo anterior.

La mezcla entre cultura oriental y occidental alimenta la riqueza visual de la película. Los dibujos son sumamente sugerentes. En un momento de la película, Mahito ingresa a un mundo de islas, aves y agua, que recuerda a las pinturas de Arnold Böcklin. Construye castillos, bibliotecas y villas europeas, pero sin dejar de lado la cultura japonesa. La entrada a este mundo fantástico —de hecho— es una torre biblioteca muy europea. Tiene inscripciones que me recuerdan a la Divina comedia, de Dante Alighieri. La torre funciona como la estación de El viaje de Chihiro. Ambos son edificios que permiten la entrada a un mundo paralelo, que servirá para conciliar ciertas cosas en los personajes. Tanto Chihiro como Mahito entran a universos no-humanos conflictuados y salen medianamente resueltos. Los filmes son, en ese sentido, una suerte de bildungsroman. Tenemos personajes dolidos, conflictuados e inmaduros, que crecen a lo largo de la historia y resuelven o concilian sus conflictos. En ambos casos, los espíritus o personajes que aparecen en estos universos sirven como representaciones de la psique de los héroes que ingresan en estos territorios. Mahito logra conciliar la muerte de su madre, aceptar la madrastria de su tía y logra salir del estancamiento emocional y de incomprensión en el que estaba envuelto al iniciar la película.

Sin duda, una película que vale la pena verse y volverse a ver muchas veces. Muy compleja y cargada, quizás no termina de resolver todo lo que abre. Creo que todo se cierra (o no se cierra) y acaba muy rápido. No creo que sea la película más lograda de Miyasaki ni la más redonda. No está cerca de serlo, pero sí es una película importante y que cumple una función única dentro de una trayectoria de autor. Muy buena, mas no excelente.