La sonda Parker de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA), diseñada y construida en el Laboratorio de Física Aplicada de la Universidad Johns Hopkins (Estados Unidos), detectó una señal de radio de baja frecuencia durante un sobrevuelo cerca al planeta Venus, a 833 kilómetros sobre su superficie.
En casi 30 años, la humanidad vuelve a hallar mediciones desde la atmósfera superior de Venus. Los datos revelan cómo el segundo planeta del sistema solar interior se amolda a los cambios eventuales del Sol.
“Venus es, en muchos sentidos, el planeta más parecido a la Tierra conocido y, por lo tanto, es un laboratorio natural perfecto para comprender qué hace que los planetas similares a la Tierra sean habitables”, escribieron los autores del estudio subido a la plataforma digital de Geophysical Research Letters.
Respecto a su habitabilidad, en setiembre de 2020, un grupo internacional de astrónomos, dirigido por la profesora Jane Greaves de la Universidad de Cardiff, había anunciado el descubrimiento de fosfina en las nubes de Venus, un gas cuyas moléculas de hidrógeno y fósforo se vincularon a un posible desarrollo de vida microbiana.
Sin embargo, otro estudio publicado por la Universidad de Washington en The Astrophysical Journal cuestionó dicha hipótesis. “En lugar de fosfina en las nubes de Venus, los datos son consistentes con una hipótesis alternativa: estaban detectando dióxido de azufre”, había declarado Victoria Meadows, una autora del artículo.
Glyn A. Collison, del Centro de vuelo espacial Goddard de la NASA, primer firmante del estudio en Geophysical Research Letters, se dio cuenta que la señal registrada por la sonda Parker es la misma que la de Galileo, misión espacial lanzada en 1989, cuando pasó cerca a las ionósferas de las lunas de Júpiter.
Los expertos relacionan este fenómeno natural con los ciclos solares, los cuales cada 11 años generan que los polos del astro rey se inviertan de lugar. Así, el campo magnético del Sol se fortalece y la ionósfera de Venus —vista desde la Tierra— se sincroniza a esos cambios; dicha capa atmosférica, entonces, se hace más gruesa en el máximo solar y más delgada en el mínimo solar.
Las mediciones de 1992 y 2020 coincidieron con los cálculos descritos. “Cuando múltiples misiones confirman el mismo resultado, una tras otra, eso le da mucha confianza en que el adelgazamiento es real”, subrayó Robin Ramstad, de la Universidad de Colorado, coautor del documento científico.