Ahora que Colombia acaba de ubicar las riquezas hundidas del galeón San José, es pertinente saber que en nuestro mar hay al menos un centenar de naves hundidas, muchas de ellas de la época virreinal, cargadas de monedas de oro y plata, joyas y piedras preciosas., En 1980, Jorge Álvarez von Maack tenía 33 años y llevaba una década recorriendo el mar peruano, de Tumbes a Tacna, practicando caza submarina, su gran pasión. En muchas de sus inmersiones encontraba pecios, es decir, restos de barcos hundidos, y siempre se preguntaba qué habría ocurrido con ellos. ¿Una tormenta? ¿Acaso un ataque pirata? ¿Cuál habría sido su historia? PUEDES VER: Bloqueo de celulares en penal de Lurigancho funcionará en el 2016 Entonces, un día de 1980, un amigo pescador, marisquero de la playa San Pedro de Chorrillos, le contó de los restos de una nave hundida a unos 800 metros de la playa. Los pescadores del lugar conocían de su existencia y algunos habían extraído pedazos de cobre y bronce para venderlos en las fundiciones. Pero, fuera de ellos, nadie más los había visto. Álvarez decidió entrar. Trajo su equipo de buceo y se dejó guiar por el pescador. Cerca de la playa se toparon con un gran número de pasadores de bronce unidos a estructuras navales de madera. Siguieron nadando y buceando, luchando contra las fuertes corrientes marinas de la playa, y pronto encontraron más restos. Pedazos de bronce, cobre, azogue y madera que correspondían a diversas partes de un barco. Municiones de calibres variados. Y cañones, más de 40. El cazador submarino –de profesión economista, publicista y periodista– dedicó los siguientes años a recorrer una y otra vez las aguas de Chorrillos, Barranco y Miraflores estableciendo perímetros del área del naufragio. Revisó cientos de documentos históricos y viajó a Sevilla a investigar en el Archivo General de Indias. Con paciencia y minuciosidad, reconstruyó su historia. Y en 1992, estuvo en condiciones de darla a conocer públicamente. La embarcación hundida en Chorrillos era el navío San Martín, buque insignia de la expedición libertadora de José de San Martín. Había naufragado accidentalmente el 16 de julio de 1821, cuando traía granos de Mollendo a Lima. Álvarez Von Mack descubrió, incluso, que entre los pescadores que ayudaron a rescatar a los náufragos estuvo el gran José Olaya, futuro mártir de la Independencia. Era una historia fantástica, que se descubrió a partir de unos restos hundidos y de una charla casual con un pescador frente al mar chorrillano. 85 sitios de naufragios Historias como la del navío San Martín abundan, están desperdigadas en las profundidades de nuestro mar, a la espera de que los investigadores las rescaten de las aguas. Algunas, como las que protagonizaron los buques chilenos Covadonga y Loa, relatan capítulos fundamentales, y dolorosos, de la Guerra del Pacífico. Otras, como la del San Martín, hablan de la causa independentista y otras, quizás la mayoría, se remotan a la época en la que el Perú era colonia de España. Jorge Álvarez ha logrado reconstruir una parte reducida pero significativa de esas historias. A la cabeza del Instituto Nacional de Arqueología y Ecología Marina (INAM), ha logrado establecer 85 sitios de naufragios frente a la costa peruana. Desde Zorritos en Tumbes hasta Morro Sama en Tacna. Según sus cálculos, hay al menos un centenar de pecios en nuestro mar, a la espera de ser investigados. Es de esperar –dice– que en buena parte de ellos se pueda hallar las riquezas que transportaban. Baúles con monedas de oro y plata, lingotes, joyas y piedras preciosas, además de instrumentos náuticos de altísimo valor. Por estos días en los que el gobierno de Colombia ha anunciado triunfalmente la ubicación del galeón San José, cargado de un tesoro valorizado en varios miles de millones de dólares, el investigador considera pertinente recordar que en el Perú hay varios tesoros hundidos por descubrir. Sostiene que en los ochenta, una empresa extranjera, dedicada al rescate de barcos hundidos, investigó al respecto y calculó que las riquezas sumergidas en nuestras aguas podrían alcanzar un valor de hasta 10 mil millones de dólares. Álvarez Von Maack aclara que su propuesta no es entrar a saquearlo todo. Pero cree que la búsqueda de un beneficio económico puede ser un buen estímulo para que el Estado se interese por impulsar la arqueología submarina, una especialidad que, así como la arqueología terrestre, descubre piezas y huellas del pasado que nos ayudan a entender quiénes somos y de dónde venimos. Cementerio chalaco El Callao podría ser un paraíso para la arqueología submarina. Solo en su rada (la zona exterior al puerto, donde los barcos sueltan anclas) debe de haber una treintena de pecios, según calcula el fundador del INAM. Ocho de esas embarcaciones son navíos españoles saqueados e incendiados por Jacques de Clerck, conocido como 'El Ermitaño'. Este pirata francés, que actuaba a las órdenes de la Casa Real de los Países Bajos, se estableció en la isla San Lorenzo a inicios de 1625 y desde allí sitió Lima durante cinco meses. Cuando los limeños esperaban el asalto final a la ciudad, el pirata cayó enfermo y murió, así como gran parte de su tripulación, a causa de una enfermedad estomacal. De Clerck y los demás fueron enterrados en la isla y el resto zarpó. Cuando, en 1987, Álvarez Von Maack y otros investigadores llegaron al lugar, pudieron encontrar los cadáveres de algunos de los filibusteros. En 1632, cerca de allí, junto a las Islas Hormigas de Afuera, se hundió la embarcación del comerciante Martín López Caballón. Llevaba 125 esclavos y una carga de 1 millón de pesos. Sobrevivieron solo dos tripulantes, entre ellos el capitán, el cual fue juzgado por negligencia y, luego, colgado. Otro naufragio reconstruido por Álvarez es el de unos jesuitas españoles que ante la llegada de las tropas del Ejército Libertador decidieron huir de Lima, llevándose consigo todas sus riquezas. Zarparon del Callao sin contratiempos pero a la altura de Ancón fueron atacados por un pirata, al parecer avisado de la travesía. El ataque fue tan violento que la nave se hundió. En 1990, la Marina convenció a Álvarez de emprender su búsqueda. Utilizando un sonar, recorrieron la zona señalada durante dos semanas sin hallar nada.Al cabo de ese tiempo, lo dejaron. En ocasiones, los buscadores de tesoros ilegales tienen mejor suerte. Pescadores de Huacho le contaron a Jorge Álvarez que a mediados de los ochenta llegó a una de sus playas un grupo de buzos franceses, pertrechados de botes Zodiac y de los más modernos equipos de la época. Durante semanas recorrieron las profundidades aledañas a las islas de Huacho. Hasta que un día se fueron, sin más. Tan súbitamente que abandonaron sus costosos equipos en la orilla. La leyenda local dice que el tesoro que encontraron fue tan valioso que no les importó dejarlo todo. Aguas menos oscuras Con tantas historias, con tantas posibilidades de encontrar fama –y fortuna–, es inevitable preguntarse por qué no hay decenas de empresas buscadoras de tesoros frente a nuestras costas. Jorge Álvarez sostiene que el poco interés de estas compañías se debe a que nuestro mar es oscuro y es muy difícil explorarlo, mientras que en muchas otras partes del mundo –el Caribe, por ejemplo, o el Mediterráneo– hay muchos barcos hundidos y mejores condiciones para rescatarlos. Lo que importa, dice Álvarez, es investigar por nuestra cuenta, aún con nuestras limitaciones. Ahora mismo está discutiendo con la Marina la posibilidad de rescatar el vapor chileno Loa, hundido en 1880 durante la Guerra del Pacífico gracias a una ingeniosa treta de los combatientes peruanos, que enviaron al buque invasor un barquito rebosante de víveres pero que ocultaba una carga de dinamita. El Loa se hundió en la desembocadura del río Chillón, en un terreno lleno de fango que, según el investigador, lo ha protegido del paso del tiempo. Álvarez cree que sacarlo del agua y restaurarlo no debería tomar mucho tiempo ni dinero. Se le podría exhibir como una pieza histórica, como ocurre con el Huáscar en Chile, e, incluso, se podría barajar la posibilidad de un intercambio. Sería otra historia fantástica. Otra historia nacida en el fondo del mar.